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«El perro que caza granja, no caza salvaje»

«El perro que caza granja, no caza salvaje»

Seguro que alguna vez ha escuchado esta afirmación de forma tajante a muchos «expertos» cazadores, es más, puede ser que usted mismo se lo crea y la defienda en todos los corrillos de caza. Entiendo que aquel primer cazador que soltó esta perla, la cual se ha convertido en la bandera de todos aquellos que critican la caza sobre perdiz repoblada, y la cual les aclaro  por adelantado que defiendo, tenía en mente dos razones para berrear al viento semejante afirmación.

La primera razón seguro que se parecía a lo siguiente:  «Como la caza de granja huele mucho, el perro se acostumbra a grandes tufos y luego, en la caza en el monte no es capaz de oler la caza salvaje que tiene un olor diferente y más liviano».
En mi opinión este comentario está a la altura de decir que si yo huelo un pedo, no puedo oler un chuletón a la brasa. Ambos son completamente absurdos, y creo que me vais a comprender.
 
El perro tiene un olfato unas diez veces más fino que nosotros. Eso no significa tan solo que huela mejor y de más distancia, sino que es capaz también de apreciar niveles de olor que nosotros no percibimos. Es como si tenemos una persona que solo ve en blanco y negro y a una distancia de diez metros, y a otra que percibe todos los colores y tiene un alcance de visión de medio kilometro. Puedes hacer una prueba sencilla, impregnad un trozo de carne con algo que huela mucho (colonia) y con la misma sustancia impregnad un trozo de madera y lo colocáis dentro de dos recipientes distintos, de forma que vuestro perro no vea lo que esconden esos recipientes, pero pueda oler su contenido, ¿qué creéis que pasa?, efectivamente, vuestro perro huele la colonia, pero también huele la madera y la carne que hay debajo de ese olor, y ¿qué recipiente intentara morder?. Está claro, por debajo del olor a granja, sea éste mucho o poco, está el olor de la perdiz como especie, o el de la carne y las plumas o lo que sea que hace que nuestro perro las muestre por instinto y no las confunda con un trozo de madera.

Por otro lado, el perro no nace sabiendo a qué huele una perdiz salvaje y a qué huele una de granja, lleva un proceso de aprendizaje, relaciona olores con flores, objetos, su dueño… y con piezas de caza. Si habéis tenido cachorros lo sabéis, todos los perros de caza cuando son cachorros hacen muestra a los pajaritos, a los ratones, a los insectos, y en resumen a todo lo que se mueva, incluidas las hojas caídas y secas de los árboles o las bolsas de plástico arrastradas por el viento. Yo tuve un cachorro (ya llego a viejo y murió) que incluso me hacía muestras a los caracoles y a las babosas, sí, es raro, lo sé. Con el tiempo distinguen lo «interesante» (las piezas de caza, el sonido del coche de su dueño, incluso saber si llevamos o no la escopeta…) de lo superfluo (las flores, los caracoles, el gato que está con ellos desde pequeños) y relacionan también el interés del cazador con la presa y con su propio instinto. Así, como no disparamos a los gorriones, ni a los ratones, ni a los caracoles en mi caso, acaban pasando de ellos y centrándose en esas piezas que sí abatimos.

Con la caza de granja, huela mucho o poco, ocurre lo mismo. El perro la huele, a todos sus niveles, su instinto le dice que eso es «interesante» y procede con la muestra, y al salir un pájaro volando, su dueño, dispara y lo abate,  y él lo vuelve a oler, huele a pluma, carne y sangre, eso le gusta, juega con la pieza, ve nuestra cara de ilusión, nuestras caricias y nuestra voz «¡qué bien el cachorro!, ¡cómo la ha puesto!, ¡va a ser un perro de la leche!», ¡ya está!, relacionado,  aprende que a eso hay que hacerle muestra. Incluso os habrá pasado que la primera codorniz de granja que le ponemos a nuestro cachorro pasa cerca de ella y ni sabe lo que es, se le levanta, de sopetón, sin ni siquiera marcarlo y nosotros la abatimos, cuando vaya a cobrarla ya habrá aprendido, ese olor, sea lo que sea, huela a lo que huela, es interesante, mi amo lo quiere y a mí me gusta, no olvidará nunca ese olor.

Cuando en el monte (con los tiempos que corren, algún día raro y glorioso) huela una perdiz salvaje, le pasará igual que con la caza de granja, en su primer contacto puede hacer la muestra o no, pero si la hace y su amo responde con un disparo (disparo, para el perro de caza es igual a «algo «interesante» ha salido volando») la abate, se la traigo, aunque puede que no sepa  exactamente lo que es, pero mi amo me da abrazos, besos e incluso un trozo de salchicha o galleta, ya sé lo que hacer la próxima vez, no se me va a olvidar, porque me estoy convirtiendo en un perro de caza.

Así, el perro se enriquece, con experiencia, igual que nosotros, con todo aquello que le suceda en su vida.

Que os sirva como ejemplo, mi experiencia con mis perros de caza, dos setter, las cuales podéis ver los videos en internet. La mayor de ellas comenzó cazando en un coto donde solo había piezas salvajes. Se le abatieron codornices, perdices, becadas y liebres, y cuando vamos a cazar en el acotado de Palazuelos de la sierra sobre perdiz repoblada, las marca y caza perfectamente. La otra perra, la menor de las dos, nunca ha cazado caza salvaje, desde pequeña entró sobre perdiz repoblada, no sabe que es una perdiz salvaje (como muchos de vuestros perros), las caza perfectamente y esta temporada (su segunda de caza) ha marcado tres becadas, dos conejos, una liebre y treinta y cinco codornices, todo salvaje. Sigue haciendo muestras a los zorzales y a los mirlos, que le encantan, a pesar de que no les disparo, y todos los cazadores coinciden en que caza mejor que su madre, y no hablo de vientos, hablo de ser más cautelosa con la caza, respetarla cuando corre por el suelo quedándose inmóvil, etc. La conclusión es que ambas perras cazan de todo, sea salvaje o no, para ellas todo es caza, todo es normal, ellas saben que lo que nosotros llamamos perdiz tiene múltiples «capas de olores», algunas huelen mucho a «colonia» y por debajo de ese aroma huelo a perdiz, como aquella vez que de cachorritas fueron a un intensivo, otras huelen poco a esa «colonia» y es más fácil distinguir el olor a perdiz, como las que se sueltan en el coto donde cazan, con estas perdices hay que quedarse muy quietas y esperar al cazador porque corren mucho y enseguida salen volando. Y finalmente existen otras perdices, esas que se esconden en el robledal donde cazan, que solo huelen a perdiz o a carne y a plumas o lo que sea que atrae su atención.

La segunda razón para la afirmación que da título a este texto, suele ser: «El perro que caza granja, se aburre cuando va a cazar salvajes (porque no hay en tanta abundancia) y por eso no caza, luego no es bueno abusar de la caza de granja».

Pues con esta afirmación estoy totalmente de acuerdo (va con ironía). Los que cazamos en el acotado de Palazuelos siempre sobre perdiz repoblada, en cuatro o cinco horas abatimos de cinco a ocho perdices cada uno, y nuestros perros habrán marcado otras dieciséis que o bien hemos fallado, o no hemos podido disparar, o han salido fuera del alcance de tiro, o simplemente ya no estaban. Eso sí, todos nos hemos divertido, nos ha encantado y mis perras y yo estamos deseando que llegue el fin de semana siguiente para volver a CAZAR.

Sin embargo, cuando me invitan a un «coto salvaje» y me paso cinco o seis horas viendo pajarillos, viendo como mis perras corren a lo tonto y me dicen que este año el día de la apertura mataron dos perdices y que desde entonces no se ha matado nada más… pues yo, personalmente me aburro más que mis propias perras, porque para salir a pasear y no ver una sola muestra o guía ya está el resto del año. Mis queridas perras, las cuales no pierden la afición, supongo que se están preguntando: «¿Qué pasa hoy que no damos con ninguna?» y se esfuerzan más, se ponen más nerviosas y se preocupan, sospecho que después de tres horas de caza me miran y piensan «¿pero hoy salimos a cazar o a pasear?, porque llevar la escopeta la lleva, pero aquí no hay nada». Acabada la jornada, y el hablar con otros compañeros que también van de vacío, disipa todas mis dudas de «¿será que mis perras son tontas y no cazan piezas salvajes?» y me hace lanzar otra pregunta a mi compañero: «¿oye, y tú pagas algo por cazar aquí?».

Es más, yo afirmaría, bajo mi experiencia, que cazar en cotos que no hay nada («cotos de caza salvaje») perjudica seriamente a mis perros, pues he notado que al día siguiente de cazar en uno de esos cotos, cuando vuelven al de Palazuelos, cazan más rápido, con más ansia, más descoordinadas, en resumen, mucho peor que cuando llevan ya un mes cazando de continuo. ¿Por qué?, pues no entro en la mente de mis perros, pero me parece lógico pensar que les pasa los mismo que a mí el día de la apertura de la caza, que tengo tantas ganas, he estado planificándolo tanto tiempo, hace tantos meses que no cazo, que me puede mi afición y salgo desbocado, con más ganas que acierto. Ellas, son perros de caza, quieren cazar y el mantenerles una densidad de caza aceptable, hace que por una parte cojan afición. A ti como cazador te permite corregir sus fallos y apreciar sus virtudes más rápidamente que cazando la exigua población de perdiz salvaje. Los perros acaban dosificándose mejor, acaban aprendiendo cosas nuevas, diseñan entre ellas dos sus propias estrategias de caza de forma que el ave rompa a mi favor. Para mis perras, lo normal es que haya caza, no lo contrario, como les ocurre al 90% de los perros del norte de España. Indudablemente, la abundancia de caza no puede perjudicar al perro de caza, es como decir que para hacer algo bien en la vida, la práctica es malísima, es absurdo.

Ahora, también estoy de acuerdo que, llevar a los perros a un intensivo, donde levantan una perdiz mareada y medio tonta cada 5 minutos y que cogen con la boca, y en una hora se ha acabado la jornada de caza y vuelta a casa, es joder un perro, sin tapujos. ¿Qué le estamos enseñando?, nada, que las piezas de caza son tontas, que cace una hora a toda la velocidad y ritmo que pueda y a partir de ahí que no se esfuerce, que ya no hay nada más que buscar. Cuando ese perro vuelva a su coto de costumbre funcionará de igual manera que lo hizo en el intensivo, pues los perros son muy conductistas, reaccionan con estímulo-premio, y deducen: «si el fin de semana pasado cazando así (a toda leche, descontrolado…) encontré piezas de caza, este fin de semana, en mi coto, cazaré igual y obtendré el mismo resultado». Pero en su coto de siempre no hay nada, ¿qué se consigue?, que el perro se aburra, que se frustre, que no entienda por qué un refuerzo tan claro como el del fin de semana pasado aquí no funciona. Si a esto le añadimos nuestra insistencia en el intensivo conseguimos que el perro relacione la zona de caza con la abundancia de la misma, y así, en nuestro coto sale a pasear y en el intensivo a cazar.

Tenemos el mismo perro con dos comportamientos diferentes, tenemos un perro que en el intensivo no cobra las piezas de caza, porque sabe que hay más, no quiere perder el tiempo, tiene que saciar su instinto de caza, y en el coto se comporta de manera diferente. Y no hablo por hablar, hablo desde la experiencia, y os cuento, ¿recordáis mi perro?, ¿el que mostraba a los caracoles cuando era un cachorro? pues bien, cuando en verano le llevaba una o dos veces a cazar codornices de granja (y fijaros que una o dos veces no parecen muchas veces, pero año tras año al perro le acaba resultando familiar), afloraban sus instintos más atávicos y cuando le matabas una codorniz, la cogía y se ponía a enterrarla, e inmediatamente salía disparado a por otra. Sin embargo, en la caza de codorniz salvaje, no obraba así, las cobraba, te las traía y obediente a seguir cazando, era obvio que aquel perro relacionaba la abundancia de caza de granja con algo anormal y excepcional, algo como si te tocara la lotería, algo que en su instinto le activaba el chip de un comportamiento diferente a lo que los días de caza en el coto y mis esfuerzos en su educación le habían ido forjando, era un ejemplo de un perro el cual entendía como situación anormal el QUE HUBIESE CAZA y como situación normal el QUE NO HUBIESE CAZA, ¿y no es triste esa situación?, sí, pero lo triste es que los cazadores, vosotros, sus dueños, que sois en teoría más racionales que un perro entendamos esa situación, estéis más o menos de acuerdo con este artículo y sigamos soltando dinero a gestores sin escrúpulos por nada, solo por salir a pasear, y hagamos de nuestra propia desgracia la anestesia que nos mantiene año tras año dormidos ante la realidad.

Nos encanta quejarnos es lo que yo deduzco, nos encanta decir eso de «qué coto de mierda tenemos» que nos han engañado y que nos cambiamos a otro. Olvidaros, os lo aseguro, no vais volver a casa con cinco, tres o una perdiz todos los días, vuestro perro tendrá cinco años y habrá hecho 20 muestras y ya no podrás corregirle nada, vuestros cachorros tardarán más en romper a cazar, olvidaros de disfrutar con vuestros perros, vuestro coto no da, y  está llegando un punto que estamos pagando por deseos y no por hechos, es decir, estamos pagando por la esperanza de que en este coto nuevo, voy a cazar perdiz o sorda o lo que sea, porque es el más caro de los que he pagado o por dios sabe qué locas razones, a pagar por lo que realmente vale y tiene, porque de seguir el segundo criterio, cazaríamos gratis en la mayoría de cotos del norte.

Tengo amigos grandes detractores de los cotos de perdiz repoblada, unos, puristas de la sorda contra ellos no les voy a discutir, cazan exclusivamente su pieza salvaje, a precios más exclusivos, por una pieza migratoria que no sabes si vendrá o no, pero tú en marzo,  siete meses antes de la migración acabas de pagar por un terreno vacío de sordas. Desde mi punto de vista, pagar por nada y sin garantías de que haya nada, a mí, personalmente, me parece increíble, pero repito, lo respeto. Otros amigos son amantes de la caza mayor, algunos admirados por poseer buenos trofeos de venado capturados en fincas cerradas. Curioso, a eso no se le considera granja. Para mí, eso es peor que cazar granja, es como entrar en un voladero de perdices con una escopeta. Otros se quedaron sorprendidos cuando un conocido les enseñó diez jabalíes, medalla de oro y plata, criados como cerdos en una cuadra, que eran cargados en un camión camino de una montería en el centro de la península. En fin, reconocemos que somos yonkis de la caza y los «camellos» se aprovechan de eso, y no hay otra, de nosotros depende que nos desenganchemos y abramos los ojos y las opciones que se me ocurren son dos; dejar de cazar o aceptar la caza repoblada de calidad y no otra.

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0 Commentarios

  1. calimero
    0

    El perro bueno y bien enseñado caza lo que sea necesario. Creo que cada vez hay demasiado puristas que se creen la divina pomada y solo les interasa lo suyo. Sin entrar en mayores profundidades sobre las repoblaciones, yo respeto a todos los que se sienten cazadores, pero creo que la caza es mucho mas que eso

  2. Iker Hidalgo
    0

    Totalmente deacuerdo contigo.

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Redacción periódico digital Desveda #caza #pesca #tirodeportivo #rural #naturaleza

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