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La cabra montesa, a punto de morir de éxito en España

La cabra montesa, a punto de morir de éxito en España

La cabra montesa, a punto de morir de éxito en España

Su expansión, favorecida por la legislación que regula su caza y la ausencia de depredadores, amenaza a las poblaciones más numerosas y sus ecosistemas. Un plan técnico de caza propone la homologación de las hembras de la especie, hasta ahora denostadas en las cacerías, para controlar su población

La cabra hispánica vive en estos momentos su época dorada en España pero a punto está de morir de éxito. Nunca, desde que comenzó a poblar la Península Ibérica allá por el Pleistoceno, esta especie protegida había contado con un número tan importante de ejemplares ni había gozado de tan alto nivel de protección.

Su extraordinaria expansión, de la mano de la rígida legislación que regula su caza y de la ausencia de depredadores naturales, se encuentra, sin embargo, a un paso de poner en riesgo a las poblaciones más numerosas. Con ellas, peligran también los ecosistemas en los que viven hacinadas, arrasando con todo tipo de especies vegetales en peligro de extinción.

La cabra montesa habita nuestro país desde la Prehistoria a lo largo y ancho del territorio y siempre ha estado acompañada de un halo de magia y misterio que lo ha convertido en un animal cuasi mitológico para los pobladores de sus ecosistemas.

En las cuevas rupestres de cualquier zona aparecen ciervos, bisontes, pero también cabras. El hombre del periodo Magdaleniense ya las cazaba hace 15.000 años con armas rudimentarias. Se convirtieron mucho más tarde en objeto de deseo de las cacerías de los reyes godos, Alfonso X El Sabio escribió sobre esta especie e, incluso, los árabes hablaban del macho montés.

HISTÓRICAS CACERÍAS DE ALFONSO XIII

Pero fue el Rey Alfonso XIII quien las transformó en una auténtica leyenda al organizar grandes cacerías en la sierra de Gredos, enclave que a lo largo del siglo XX se ha convertido en su gran santuario. Se trata del espacio en el que la especie adquiere una morfología más esbelta, con los cuernos más preciados gracias a su genuina forma redondeada, y donde ha resistido estoicamente aún en los peores momentos.

Precisamente la sierra abulense no sólo ha dado los mejores ejemplares de la cabra hispánica a lo largo de su historia sino también a sus mayores estudiosos. Arturo González Cardalliaguet, con 37 años y una formación académica ajena la biología, es licenciado en Administración y Dirección de Empresas y Marketing, pero se ha convertido en uno de sus grandes especialistas. Sus conocimientos los ha plasmado en un reciente estudio sobre la especie que aborda su pasado, su presente y su inquietante futuro.

«La subespecie de Gredos es la más valorada en el mundo cinegético», explica con orgullo a EL MUNDO por su condición de abulense, nacido en Ávila y criado en la localidad de La Adrada. «Es diferente por su cuerna, con forma de lira y una espectacular curvatura». Pero también, añade, «por la espectacularidad del entorno en el que vive».

«Antaño el Patronato Nacional de Turismo promocionaba Gredos y generó un efecto llamada. Se cazaba en terrenos libres, el que primero cogiera una cabra, era suya. Antes de que Alfonso XIII creara el coto real, la cazaba todo el mundo y competía con el ganado de los pastores». Por lo tanto, eran los propios ganaderos los que la cazaban para acabar con su competencia en épocas de escasez de pastos, situando a la especie al borde su extinción.

Recuerda González que «Alfonso XIII, que era muy cazador, decidió que se hiciera un coto real en 1905 que afectaba al parque regional de la Sierra de Gredos». Pero no fue «hasta 1911 cuando se llevó a cabo la primera cacería real y se consiguieron los primeros grandes ejemplares».

A PUNTO DE DESAPARECER EN ESPAÑA

En aquel momento, a principios del siglo XX, «sólo estaban contabilizados doce ejemplares, la cabra estaba al filo de la desaparición en toda España». No obstante, la intervención del monarca supuso que «en tan sólo seis años, la especie se multiplicó de manera espectacular». «Cuando se creó el coto real se nombraron guardas a los pastores y a los furtivos con un sueldo de 2,5 pesetas el jornal para que dejaran de cazarlas y se puso punto y final a la caza descontrolada de ejemplares».

«Allí estaban las familias Blázquez, Chamorro y Núñez, en las que la condición de guardas pasaba de padres a hijos y participaban en batidas encabezadas por el Rey en las que se utilizaban bombas para provocar la estampida de las manadas». De hecho, «al guarda mayor le explotó una en la mano y le pasaron a llamar El Manco», precisa al exhibir los hallazgos con los que se ha topado durante los últimos meses en los archivos del Palacio Real.

«Alfonso XIII se llevaba a sus cacerías en agosto de 1919 al príncipe Don Genaro, al duque de Santoña, al marqués de la Escala o a los de Villaviciosa de Asturias y al de Viana, que era el montero mayor del Rey», prosigue. «En aquella cacería abatieron 15 cabras, pero en 1930 las cacerías duraban ya dos días y se mataron 116». «Las cabras que se cazaban en las monterías reales se destinaban a beneficencia. El Rey se quedaba con la cabeza de los mejores ejemplares y se encargaba de que llegara el resto a los batidores, a la Guardia Civil y a la beneficencia».

«Normalmente no gusta que se diga, pero gracias a la caza se consiguió salvar esta especie», que González asegura que prácticamente hubiera desaparecido de la Península.

El veneno de la pasión por la naturaleza y las ancestrales leyendas que acompañan a la cabra montesa se lo inoculó hace ya unos años Ismael del Peso, histórico guarda forestal de la reserva natural del Valle de Iruelas, situada junto al embalse de El Burguillo. Del Peso se ha convertido sin quererlo en una referencia indiscutible que ha conseguido mantener viva la tradición oral abulense en torno a la caza y la protección de sus principales especies.

«Me he empeñado en hacer cursos y másters cinegéticos pero nada me han aportado que no supiera ya gracias a él», valora González de su tutor sobre el terreno. Estrechamente unidos ambos a uno de los mejores fotógrafos de naturaleza de España, Francisco Motilva, que se ha convertido en el gran retratista de los más bellos ejemplares de esta especie en la zona.

Dice Del Peso a este periódico que «la cabra montés es a Gredos lo que el trueno a la tormenta, lo que el aliento a la vida, un binomio indisoluble», que pese al empujón decisivo de Alfonso XIII pasó un momento crítico durante la hambruna que sucedió a la Guerra Civil. «Donde en los pueblos no quedaron ni los gatos».

«La necesidad era abundante, los recursos, escasos, y allí donde no alcanzaba el arma de fuego, lo hacía el ingenio». Rememora que se implantó en la sierra de Gredos una técnica de caza que se denominaba vaqueo y que consistía en que el cazador se entremezclaba con el ganado con un cencerro en la cintura, se cubría con una piel de cabra o de vaca para neutralizar el olor humano, y de esa forma se aproximaba a los ejemplares de cabra hispánica que descendían a las cotas más bajas del Valle del Alberche. Se instalaban también tablones en barrancos en los que se depositaba un puñado de sal e higos secos para que las cabras, ávidas de minerales en un suelo tan granítico, se despeñaran en el vacío.

Sin embargo, la cabra hispánica siempre fue un animal que despertaba una atracción mitológica, al desafiar las leyes de la gravedad y «acceder a los bebederos a los que sólo las águilas accedían desde el cielo». «Inspiró leyendas y supersticiones que conferían a las montesas cierta magia y atribuciones sobrenaturales». Así, «la sangre de la cabra montés tenía poderes curativos en dolencias oculares, los tuétanos de sus huesos sanaban fracturas y se utilizaba como reconstituyente vital para combatir las anemias y la desnutrición».

«Se fabricaban amuletos y ornamentos con sus cuernos y pezuñas y se utilizaban para ahuyentar lobos y comadrejas, quemándolos en hogueras y gallineros, impregnando el ambiente con el fuerte olor a cuerno quemado». Pero también se empleaban sus pieles para confeccionar zurrones y zambombas, en los que «despertaba en olor del animal con la humedad, atribuyéndose este fenómeno a la resurrección del espíritu del animal, que nunca llegaba a morir del todo, como su presencia en estos valles, donde se alternas sus desapariciones y reapariciones súbitas», agrega desde su cabaña forestal en las estribaciones de la sierra de Gredos.

UN PLAN DE CAZA

«El problema es que ahora sobran ejemplares de cabras montesas, hay una barbaridad», tercia González. «En Madrid se introdujo la cabra montesa con 24 ejemplares a finales de los 80 y ahora hay más de 6.000 cabras en la Comunidad de Madrid. La población óptima debería oscilar entre los 1.500 y los 2.000 ejemplares. Es como si en un piso para 10 personas metes a 50. Por eso ya hay un brote de sarna a punto de saltar que puede acabar con toda esa población de golpe, porque la naturaleza es sabia y se autoregula. Ya pasó en los Picos de Europa con los rebecos y ya está ocurriendo en Teruel, donde hay un brote que se transmite también al hombre. Por lo tanto, estamos hablando ya de un problema de salud pública». De aquí que González sea también el autor de un proyecto que contempla introducir en el Valle de Iruelas una importante población de cabra montesa que sirva de reserva estratégica en caso de que colapsen otras colonias de la meseta.

Llegados a este punto, ha desarrollado un plan técnico de caza en el que se introduce la homologación de las hembras de la especie, hasta ahora denostadas en las cacerías. «Es curioso, se han homologado todas las especies cinegéticas de caza mayor menos la cabra hembra. Cazar un macho cuesta entre 3.000 euros y 60.000 euros dependiendo de la calidad del ejemplar. Una hembra cuesta sólo de 150 euros a 350 euros, siendo mucho más importante que el macho».

De esta forma, se generarían «muchas más licencias de caza» y se crearía «una nueva vía de ingresos». Y es que, cabe recordar, que que a cada ayuntamiento le corresponde una cantidad proporcional por las hectáreas que ceden para las monterías además de generar ingresos complementarios».

«No se han podido controlar las poblaciones de cabra hispánica, ya sea por decisiones judiciales o por la intervención de asociaciones medioambientales. Y el mejor mecanismo para regularlo, a mi juicio, es la caza. Ahí tenemos el ejemplo de Gredos, donde las poblaciones están muy controladas».

Para González, «el principal problema de la especie ahora mismo está en Madrid, donde cada vez hay más y viven peor».

«La gente no sabe que matar un macho montés genera dinero que acaba en las arcas públicas y mejora la Sanidad. Si en la sierra de Guadarrama cazas a la mitad, unas 3.000 contando machos y hembras, generarías unos ingresos adicionales de 2,4 millones de euros. ¿Cómo puede ser que hoy no demos valor a algo preciado por el propio Alfonso XIII, que en su primera cacería ya cazó un ejemplar de hembra?», subraya.

Todo ello para que, como recuerda el guarda forestal de Iruelas, «más allá del águila siga sin volar nada ni vivir nadie» y que entre «el águila y la sierra, sólo siga existiendo la cabra de Ávila». Pero también para que sus combates en época de celo sigan retumbando en los valles del Alberche «como truenos de una tormenta de verano».

Fuente. elmundo.es

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