Descansa la escopeta y en breve la caña se erige en protagonista de un nutrido colectivo de pescadores deseosos cuando menos de dar rienda suelta a una afición cada vez más mermada por la escasez de truchas autóctonas. Con ellas han desaparecido también aquellos pescadores ribereños que con una simple caña de bambú y un bote de gusanos les era suficiente para hacer unas pescatas impensables en la actualidad. Cierto es que hay voluntad de recuperarlas por parte de la Administración con campañas de repoblaciones y cuidado de los ríos, nada fácil por cierto. Como loable es también la labor de conciencia y adiestramiento en estos menesteres de la Federación Bizkaina y sociedades de pesca con los niños.
No en vano, antaño, truchas, cangrejos y anguilas eran las anfitrionas de los cauces fluviales, hoy por el contrario, lucios, basses, siluros y luciopercas son los dueños y señores de ríos y pantanos. Hemos perdido parte de nuestras especies pero quizá hayamos ganado en cantidad, siempre peor. Esto ha supuesto que pescadores de nuevo cuño se hayan adaptado a estas especies invasoras, ignorantes del esfuerzo, habilidad y paciencia que requería clavar una pintona de las nuestras y disfrutar de un lance inolvidable, difícil de experimentar con otras especies foráneas.
Para gustos se han hecho los colores y seguro que habrá aficionados que defienden otras especies con argumentos también respetables, como no. En la búsqueda de soluciones efectivas para repoblar los ríos con salmones y truchas la sociedad de pescadores del Narcea ha puesto en marcha un proyecto innovador basado en un procedimiento experimental consistente en la colocación de cajas modelo JORDAN SCOTT en el cauce del río. Se trata de una iniciativa inédita en nuestro país que pretende colocar las cajas, donde se encuentran huevas ya fecundadas ( en la denominada fase de ojo ) para posteriormente dejarlas en el cauce donde eclosionarán.
Con este sistema, estima el Presidente de la Sociedad Mestas del Narcea que nueve de cada diez embriones sobrevivan y crezcan en el río. Previamente los embriones han sido fecundados en las estaciones de alevinaje para que eclosionen en el río, se adapten mejor, sufran menos predación y no echen en falta la comida de la piscifactoría.
Recuerdo con nostalgia como los niños ya hace muchos años al salir del colegio corrían en los pueblos ribereños a los comercios de venta de artículos de pesca para comprar media docena de anzuelos, un rollo de nylon y una bolsita de plomos. Aprendieron con el tiempo a descifrar lo que les murmuraba el río de la manos de sus mayores – depositarios de la cultura de los pescadores ribereños – pero ese legado extraordinario puede desaparecer a nada que bajemos los brazos.