Fue el sábado, cuando nos reunimos en Etxabarri para dar la batida de la semana pasada, suspendida por tratarse de un día de fortuna; una increíble niebla solo nos permitió almorzar, charlar de perros, cartuchos, armas y hazañas.
Tras organizarnos y comprobar que estábamos todos, decidimos que se cazaría una zona que apenas distaba 300 metros de donde nos encontrábamos. Las expectativas no eran muy altas tan cerca del pueblo y en un monte tan pequeño, algún zorro con el que probar la pericia del tiro con bala y algún corzo que no podíamos cazar.
Dividimos el grupo en dos líneas, una de tan solo tres cazadores, que cubrirían dos grandes fincas y otra de unos diez, que cerraría la mancha por su parte más densa. Para la zona amplia de las fincas se pensó en un rifle en el centro de la línea y dos escopetas en los laterales, mientras que eran la mayoría escopetas y otro rifle los que cubrirían la parte más cerrada y espesa de la zona de caza.
Nuestra sociedad está formada por alrededor de una veintena de cazadores de dos pueblos para los que la caza menor es la actividad principal. Por este motivo ni los pertrechos de caza mayor, ni la afluencia a las batidas son algo que se cuide mucho, ya que lo que cuenta es pasar la mañana juntos tratando de dar caza a alguno los grandes de nuestros montes mientras intentamos descastar la población de zorros.
Cuando todos estuvimos en nuestro lugar, los perreros comenzaron a batir. No pasaron ni cinco minutos desde que se escucharon las primeras voces y ladridos hasta que se alzaron dos disparos secos, cercanos, no muy continuos, indicando que el primero había dado en el blanco.
Los podencos conejeros de Ramón habían levantado de su humilde cobijo a un buen jabalí. Efectivamente, a mi padre se le había aparecido un morlaco de 105 kilos a escasos 30 metros. Fue la escusa que necesitaba para estrenar su Marlin del 444.
El primer disparo lo tumbó, pero la fuerza que caracteriza a estos animales hizo que se levantase y siguiese corriendo, por lo que un segundo disparo fue necesario para terminar con su huida.
Los perros tardaron poco en llegar y se esforzaron de verdad en tirar del jabalí en sentido contrario del que lo hacían los cazadores para acercarlo a un camino. Mientras tanto, un zorro fue abatido y otro sorteó unos cuantos gramos de plomo.
Este segundo se levantó a escasos 100 metros de mi postura y aprovechando las orillas del monte trató de escapar entre las escopetas de Isaac y Luis, que le dispararon mientras cruzaba su línea de tiro cobijado por los enebros. Desconociendo la suerte que había corrido el animal, me avisaron desde el puesto de mi derecha de que se disponía a atravesar una amplia finca labrada, momento que aproveché para probar suerte con unos cartuchos del 44 Magnum que había recargado la noche anterior.
El primer disparo cayó lejano por lo poco apropiado de la balística de este calibre para un disparo de entre 150 y 200 metros, unida a mi poca experiencia con él. Fue el segundo tiro el que se acercó medio metro por debajo del animal e hizo llevarse las manos a la cabeza a quien me aviso de la trayectoria del zorro, tras la corrección del tiro y realimentar la recamara con la palanca del sistema Winchester .
El resto de la mañana transcurrió con algún zorro más y otra pareja de jabalís de la que se abatió una hembra negra y escapó un macho blanco. No obstante el triunfo principal fue el discurrir de la mañana entre compañeros y la camaradería que rodeó estos fructíferos lances junto a sus posteriores felicitaciones, celebraciones y gracietas.