Cuando la economía entra en un ciclo recesivo es habitual que se atenúe la huella ecológica de las actividades humanas. El consumo cae, la producción también, el comercio se debilita y todo ello contribuye a que la presión sobre los recursos naturales sea un poco menor. Pero, por otro lado, en tales circunstancias las políticas ambientales quedan suprimidas o relegadas a su mínima expresión. Cuando el aguacero arrecia, tales veleidades se consideran un lujo y no recuperan el tono hasta que escampa.
Así de caprichosa es la lógica de los tiempos que nos han tocado vivir. Aunque, en el fondo, oculte una contradicción. No es con menos medio ambiente como se sale de la crisis real, la que afecta a la biodiversidad y al cambio global, sino aprovechando estos momentos de respiro para dar un golpe de timón. Las otras recetas pueden estar más o menos justificadas, según la tendencia de cada cual, para paliar los efectos de una economía de mercado globalizada. Pero no abordan el problema de fondo.
Los estados miembros de la Unión Europea se han fijado una barrera temporal, el año 2020, para revertir la pérdida galopante de biodiversidad que padecemos. Para valorar de una forma objetiva si estamos en el buen camino se fijaron también las llamadas Veinte Metas de Aichi (*). No hace falta tener grandes dotes proféticas para imaginarse el resultado. Al menos en el Estado Español, solamente estamos avanzando en cinco de esas veinte metas propuestas. A lo que conviene añadir que el anterior límite temporal, aquella cuenta atrás del año 2010, ya fue despreocupadamente transgredido sin que nadie tomara otra medida que aplazarlo todo otros diez años.
Por sectores, el diagnóstico no es mucho mejor. La Política Agraria Común, por no hablar de la interna, se aparta cada vez más de la sostenibilidad. La política pesquera acaba de recibir un alentador giro en el Parlamento Europeo, pero está pendiente de ratificar por la Comisión y todas las previsiones apuntan a que se revisará a la baja. El propio presupuesto general europeo ha sufrido severos recortes, que sin duda tendrán su reflejo en las políticas ambientales. Al mismo tiempo, cada vez son más escasos los dineros que el Gobierno Central y las comunidades autónomas destinan al medio ambiente. A la penuria material se une la pobreza de espíritu y la falta de iniciativa.
Así pues, hacer de la necesidad virtud y aprovechar la crisis para dar siquiera un poco de barniz ecológico a las grandes líneas políticas, es como pedir peras a un olmo. Aunque de boquilla lo nieguen, nadie está seriamente por la labor. Todo el mundo ha levantado el pie del acelerador, aunque sea obligado por las circunstancias, pero los fines siguen siendo los mismos desde la Revolución Industrial. O la del Neolítico. Y la biodiversidad no se considera prioritaria. ¿Escepticismo o realismo?
(*) Las metas de Aichi se mencionan muy a menudo, pero seguramente sean desconocidas para muchas personas. Se trata de veinte objetivos concretos que deben cumplirse con fecha límite en el año 2020 para evitar la continuada pérdida de biodiversidad que sufre el planeta. Son la planificación estratégica definida por el Convenio Internacional de Diversidad Biológica (CDB).