¿Quién conserva? Para empezar, quien deja de destruir. Todo los que tienen intereses, usos y derechos sobre la biodiversidad deben participar en la tarea, para lo cual conviene que encuentren las puertas abiertas. El potencial de la cooperación es muy importante y deberíamos pasar de los conflictos de competencias a la complicidad activa.
Somos muchos, pero no los suficientes, quienes dedicamos atención y tiempo a la conservación de la naturaleza: individuos, colectivos (como los cazadores y pescadores), organizaciones, científicos, empleados públicos e incluso políticos. Unos como pasión, otros por afición y algunos como profesión.
Incluso, en ciertos casos, de las tres formas simultáneamente. La dosis de interés, de convencimiento y de dedicación puede ser muy distinta, pero no hay duda de que toda esta energía da resultados, aunque no estoy seguro de que sean los suficientes. Así que la primera cuestión, quién hace conservación, nos es difícil de contestar: hacemos conservación desde los lectores y colaboradores de esta revista, Desveda, hasta otros muchos.
¿Quién debe hacer conservación? Necesitamos que sean más de los que ya la hacen. Probablemente el lector comparta la idea de que todos los que recibimos algún beneficio de la naturaleza deberíamos corresponder con alguna posición activa a su favor. Así que, para empezar, todos los usuarios de recursos naturales deberían integrarse en las filas conservacionistas: cazadores, pescadores, gestores de cotos de caza, agricultores, ganaderos, forestalistas, propietarios rurales…Curiosamente, muchos dicen asumir este principio, aunque no siempre la realidad sea coherente con las palabras.
El problema es que cada uno entiende la conservación a su manera y la sitúa a una altura distinta en su escala de valores; cuando queda muy por debajo del lucro inmediato, la disfunción resulta obvia. Conviene insistir en los argumentos tantas veces invocados: la conservación del recurso a largo plazo es imprescindible para mantener su aprovechamiento. La ya vieja idea de la economía sostenible no es otra cosa y puede ser comprendida por muchos más de los que hoy la asumen. Hay que cuidar y catalizar los cambios en positivo: si estos colectivos se sienten atacados desde el campo conservacionista y no invitados a unirse al mismo, la reacción será obviamente de rechazo y no se conseguirá ningún avance. La paz, dice el viejo aforismo, se hace con el enemigo, no con los amigos.
En cuanto al estadillo de quiénes pueden conservar, es indiscutible, aunque parezca paradójico, que está encabezado por los sujetos de las actuaciones más desfavorables para la biodiversidad, por los “malos”: con que dejen de generar impactos podemos ganar muchísimo. La guerra debe hacerse contra los problemas, no contra quienes pueden solucionarlos. Ejemplos: los grandes avances contra la electrocución de aves se han dado cuando las empresas eléctricas se han implicado en el problema; si las evaluaciones de impacto ambiental se hacen correctamente, proporcionan resultados muy positivos; convencer es mucho más rentable que imponer, aunque hay duda de que determinadas dosis de presión resultan favorables e imprescindibles para que se asuman los costes económicos de la conservación.
Pero, en cualquier caso, la mayor parte de las actividades y las personas que perjudican a la naturaleza lo hacen sin mala voluntad. Por eso la información y la sensibilización siguen siendo los instrumentos más potentes de que disponemos los conservacionistas.