En los últimos tiempos, por fortuna, se ha desarrollado en la sociedad un profundo interés por la naturaleza que nos rodea. Hoy somos conscientes de que nuestro rico patrimonio natural debe ser protegido, no dilapidado. Numerosos artículos, libros y programas de radio y televisión llevan a cabo una gran labor divulgativa y educadora al respecto. Obviamente, eso impulsa a la gente a visitar los espacios naturales, muchos de ellos protegidos por su belleza o su fragilidad. Es más, esta actitud se fomenta; si uno no sale al campo a impregnarse de naturaleza, es considerado una especie de criatura anormal, sin sentimientos.
Ir de excursión al monte, o a cualquier otro sitio lejos del ajetreo urbano, resulta positivo. Es como volver a nuestras raíces, para no olvidar que seguimos formando parte de la biosfera, mal que nos pese. Para algunos es casi como un acto litúrgico, una profunda comunión con la naturaleza. Otros simplemente buscan pasar un rato agradable, o sacar a pasear a los niños, olvidarse del estrés, comerse una paella debajo de un pino, recoger setas o caracoles…
El adjetivo ecológico se ha convertido en una palabra mágica en nuestra sociedad urbana. Aplicado a cualquier cosa, le infunde un aura mística (y verde). Si algo es ecológico, por fuerza ha de ser bueno. Es un término del cual se abusa, aplicándolo a las cosas más peregrinas. Por ejemplo, salir al monte a comerse una tortilla de patatas o a preparar una barbacoa (con riesgo de incendio) es ecológico, por más que eso no tenga nada que ver con la ciencia de la Ecología. De hecho, parece que ésta se utiliza, simplemente, para dar nuevos nombres a viejos comportamientos. No suena igual que a uno lo llamen turista ecológico en vez de dominguero. Sin embargo, su capacidad destructiva es la misma.
Sirvan los párrafos anteriores para introducir el tema que nos ocupa. Los motivos para salir al monte pueden ser muy variados, y preñados de buenas intenciones, pero si no se va con cuidado, se puede causar un efecto devastador. Animales, plantas y hongos sólo podrán sobrevivir si se preservan sus hábitats. De nada sirve una ley proteccionista para salvar una especie determinada si se permite que el hábitat donde mora se degrade por culpa de la presión humana.
En este artículo me limitaré a dar unos cuantos consejos básicos sobre la recolección de setas, aunque para algunos no les dirá mucho, ya que los conocen tanto o más que yo, dirigidos tanto a preservar la salud del setero como la de los hongos y el monte en general. Por supuesto, doy por sobrentendido que la persona que sale al campo a por setas sabe que no se deben encender fuegos incontrolados, arrojar colillas, tirar desperdicios, dañar a los árboles, armar ruido, etc.
1. La naturaleza es más frágil de lo que parece. Ten cuidado y compórtate responsablemente, por favor. En ocasiones, el daño se provoca de forma involuntaria. ¿Ejemplos? Los grupos muy numerosos de personas causan un considerable impacto ambiental: destrozan a las plantas, apelmazan el suelo (con el consiguiente daño para los micelios fúngicos)… Son aconsejables grupos más reducidos, y que se comporten como si estuvieran de visita en casa ajena: procurando no molestar, con respeto.
2. En ocasiones, los daños son debidos a pura y simple perversidad, o a algo más simple: la mala educación. Resulta un espectáculo penoso ir al campo y pasear entre botellas vacías, bolsas de plástico, papeles e inmundicias varias. Por no mencionar a los graciosos que se dedican a escribir sus nombres en troncos de árboles y demás gamberradas. Muchos hongos viven en simbiosis con las raíces de las plantas. Si éstas sufren, o el entorno se deteriora, los hongos acabarán desapareciendo.
3. Centrémonos ya en las setas propiamente dichas. Hay gente que va a por níscalos, y patea cualquier hongo que considera no comestible. Este comportamiento es censurable. Muchos hongos no comestibles o venenosos son imprescindibles para la supervivencia de los árboles. Y además, si nos dedicáramos a patear todo aquello que no nos gusta, el mundo acabaría mal. Y pronto. Por favor, no destruyas lo que no conozcas.
4. Hay quien va a por setas con un cubo de plástico y un rastrillo. Lo del cubo tiene pase (aunque no sea lo más adecuado, como se verá más adelante), pero lo del rastrillo es de juzgado de guardia. Al rastrillar se destruye el micelio, y los hongos sufren enormemente. Rastrillar sería equivalente a arrancar la rama de un árbol para hacerse con una pieza de fruta. Una piara de jabalíes hambrientos no sería tan destructiva.
5. Las setas se recogen enteras, base del pie incluida. Mucha gente prefiere cortar el pie y dejar la base en el suelo. La intención es buena, ya que así se evita dañar el micelio (es triste comprobar la cantidad de vándalos que se dedican a rastrillar el suelo del bosque, como dije), pero entraña peligro. La presencia de volva en la base del pie es un carácter que permite diferenciar algunas amanitas tóxicas de otras setas comestibles; por tanto, cortarles el pie es coquetear con la muerte. Lo mejor es extraer la seta entera, con el dedo o con un cuchillo. Si se hace con cuidado, no se daña el micelio. No obstante, si lo deseas, puedes cortar el pie de aquellas setas que estés absolutamente seguro de conocer.
6. Se aconseja llevar la típica cesta de mimbre antes que un cubo de plástico. Las setas se airean y se conservan mejor. El colmo del lujo es una cesta con tapadera y compartimentada, que permite además clasificar las setas. Deben quedar proscritas las bolsas de plástico. En éstas, las setas pueden romperse con facilidad y, lo que es aún peor, se echan a perder enseguida. El exceso de humedad favorece la proliferación de bacterias y de mohos que, además de descomponer las setas, pueden generar sustancias tóxicas. Ojo: el botulismo acecha.
7. Con fines de investigación, a veces se recolectan hongos de pequeño tamaño o muy frágiles. En estos casos, hay que recurrir a los sobres, cajas de cerillas, cajitas de cartón, botes de plástico (los de los carretes fotográficos nunca vienen mal; por desgracia, la fotografía digital ha condenado a los carretes a la extinción) o cajas de plástico (las de diapositivas también resultan muy apañadas). Una caja compartimentada, como las que se venden para guardar herramientas, clavos, tornillos y demás, suele ser bastante útil.
8. Aunque conozcas perfectamente la especie recolectada, desecha los ejemplares viejos o en malas condiciones. Tampoco es aconsejable consumir las setas procedentes de sitios contaminados o sospechosos, como zonas industriales, márgenes de carreteras muy transitadas, campos cultivados o invernaderos donde se hayan aplicado pesticidas, etc. Los hongos tienden a acumular las sustancias tóxicas en sus paredes celulares. Es preferible pecar de conservador que exponerse a un envenenamiento fortuito.