Estamos en la mitad del invierno y, por lo tanto, en plena temporada de caza. Pero junto a jabalíes, perdices y becadas, es tiempo de cumplir con los cupos de corzas planteados en el plan de gestión de cada coto o zona cinegética.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), reconoce que el uso racional y sostenible de la vida silvestre puede ser consistente con la conservación y la custodia de los territorios, ya que la focalización del interés sobre las especies, aunque sea para realizar un aprovechamiento de ellas, contribuye a un mejor conocimientos de las mismas y de sus hábitats, y a la adopción de medidas para su fomento y perpetuación. Pero para que la actividad cinegética cumpla con estos requisitos debe de compaginar tanto la satisfacción del usuario por realizar una actividad lúdica y ancestral, como la obligación de cumplir con los criterios básicos de ordenación que aseguren el buen desarrollo de las especies objeto de aprovechamiento.
En el caso del corzo, hemos asistido en las últimas décadas, a una expansión demográfica sin precedentes, en la mayoría de los casos, de forma natural y sin intervención interesada. Desde sus refugios de montaña y favorecido por múltiples circunstancias (cambios en los usos del medio forestal y agrícola, legislativos, climáticos, etc.) el desarrollo de las poblaciones de este ungulado se puede calificar como espectacular en, prácticamente, toda la mitad septentrional peninsular. Pero este incremento ha llevado parejo la aparición de problemas generalmente relacionados con la capacidad del medio, con consecuencias que afectan tanto a la conservación de la propia especie (descenso de la tasa reproductiva, mala calidad física de los animales e incremento de las tasas de parasitismo, entre otros), como para el resto de usos humanos de los ecosistemas (principalmente, atropellos en carretera).
Desde la Asociación del Corzo Español (ACE), tenemos claro que la caza sostenible y racional es una herramienta de gestión imprescindible para mantener, en equilibrio con su medio, a las poblaciones de caza mayor y, particularmente, referido al caso del corzo. Llevamos años llamando la atención sobre esta singularidad y sobre la necesidad imperiosa de distribuir equitativamente los cupos de caza por sexos y por edades. Pero, desgraciadamente, los derroteros de las Administraciones responsables de la gestión, y el propio interés trofeístico de los cazadores, no han seguido fielmente estas premisas. Es evidente que si solo se abaten machos o el cupo de capturas de hembras es muy bajo, como así viene sucediendo, las poblaciones siguen aumentando hasta alcanzar la capacidad de carga del medio. Si se abaten muchos machos lo harán de forma más lenta, pero al final se sobrepasará la capacidad de carga del medio y, además, se producirá un fuerte desequilibrio de sexos. De ahí, entre otras razones, la conveniencia de aplicarse en la presión hacia las corzas.
En cuanto a la mejor época del año para realizar esta caza de gestión, y en lo que a la hembras de corzo se refiere, parece ser el invierno debido a que ya las crías del año –nacidas en Mayo-, pueden sobrevivir sin sus madres y, por otro lado, porque el estado de gravidez de las hembras –preñadas en el celo estival-, aun es incipiente y la energía invertida en la reproducción es aun escasa.
A tal efecto, la ACE organiza cada año, las denominadas “jornadas de corzas”, promocionando la unión de los cotos de caza en un fin de semana señalado, de forma que, al unísono, se cubran los cupos de hembra, fomentando así una práctica saludable para las poblaciones y ensalzando el papel relevante de esta actividad en la regulación de este cérvido. Las piezas cobradas en estas jornadas, por otro lado, suelen destinarse al “banco de alimentos”, una forma solidaria de ensalzar el alto valor gastronómico de la carne de caza.