¡Qué grata sorpresa! El 21 de octubre cuando me disponía a realizar el mantenimiento del hide, instalando un nuevo cristal espía para una mayor visibilidad, tuve la suerte de que entrase a la charca un joven ejemplar de azor, concretamente una hembra. Enseguida me dispuse a prepararlo todo, para intentar conseguir alguna fotografía.
Tuve la suerte de poder disfrutar de su baño y me impresionó su belleza y la perfección de su plumaje, que minuciosamente limpio pluma por pluma.
A pesar de su mediano tamaño, el azor —una rapaz eminentemente forestal y de hábitos discretos— es uno de nuestros más reputados cazadores alados, capaz de dar caza a presas de la envergadura de una liebre. Ave dotada de extraordinarias cualidades predadoras y de una formidable agresividad, el azor fue usado —y aún lo es— en la práctica de la cetrería. Son precisamente esas grandes cualidades como cazador las que determinaron que, en el pasado reciente, esta rapaz fuese perseguida sin piedad bajo la infundada acusación de causar graves perjuicios a las especies cinegéticas.
El azor es un ave muy ligada a la existencia de formaciones forestales, si bien no parece manifestar una determinada preferencia por unas u otras, motivo por el cual se instala en una gran variedad de masas boscosas, desde el nivel del mar hasta los 2.000 metros de altitud. En nuestro país ocupa, según la región, hayedos y robledales montanos, pinares de montaña, encinares, alcornocales, bosquetes isla mesetarios, sotos densos y hasta pinares o eucaliptales de repoblación, además de dehesas y paisajes en mosaico, con alternancia de bosquetes, setos y áreas abiertas, que convienen mucho a su estrategia predadora.
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