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El cercón del hambre

Mientras en lo referente a lo económico, todos esperamos los conocidos como “brotes verdes”, muchos animales, confinados en  la legalidad del Guantánamo de los cercones cinegéticos, esperan que dichos brotes verdes, sean de verdad,  y no tan solo una metáfora, para poder llegar con vida al día siguiente.

La falta de “alegría” en el bolsillo del cazador, ya sea por la crisis económica, la incertidumbre que provoca el no ver su esperado final u otras circunstancias personales, se nota de gran manera en la actividad venatoria y esto, tiene su repercusión en las especies objeto de caza y en toda la parafernalia que existe a su alrededor.

Por poner un ejemplo, recechos de cualquier especie, como los famosos de venado en la Sierra de la Culebra, por los que se pagaban entre 6.000 y 9.000 euros en épocas de la burbuja inmobiliaria, quedan desiertos en su mayoría y, los que se venden, lo hacen a mitad de precio o menos. De similar manera, monterías o aguardos de otras especies, han bajado sus precios para hacer frente a la tan exigua demanda nacional existente. Respecto al cazador extranjero, ese que tiene pasta de la de verdad, tiene toda África y Asia en plenos saldos que no puede desaprovechar. Consecuencias  inevitables de una resaca internacional, tras los excesos pasados.

Los cazadores de mayor, que sean aficionados a monterías y que van a dejarse los cuartos esta temporada, exigen resultados por su dinero y, aunque no nos cansemos de decir que la caza es caza y por tanto no se puede garantizar el éxito, no es menos cierto que, amparándose en esa aleatoriedad e incertidumbre que se le presupone a la venatoria, muchos gestores venden cosas que no tienen y luego, tras los pésimos resultados obtenidos, se excusan en el socorrido argumento de que la caza es imprevisible. Esto ya no cuela.

Así pues, parecería que en estos tiempos de rentabilizar cada euro invertido en caza, aquellas fincas que puedan poner sobre la mesa un contrato o hechos contrastados que garanticen al cazador densidad de caza mayor y buenas capturas, como sucede con los cercones, nombre despectivo con el que identificamos a aquellas fincas cerradas que impiden que sus animales escapen,  estarían de enhorabuena, pero, la sorpresa es que tampoco son buenos tiempos para ellos.

Aunque creo que pocos lectores de Desveda desconozcan lo que es una finca cerrada, permítanme que resuma las ventajas que de cara al gestor y al cazador poseen  explotaciones de este tipo, con el fin de refrescar memorias y quizás de aportar algún dato nuevo.

Está claro, que si conseguimos cerrar con vallado cinegético todo el perímetro de una finca de caza, evitaremos que las especies de caza mayor contenidas en él, escapen, dando al traste con una futura  montería y ganándose el organizador una fama de estafador, quizás en ciertos casos, inmerecida. Al enjaular a las especies objeto de caza en una finca de estas características, garantizamos que el día de la montería, habrá caza, y que como esta no podrá escapar por ningún lado…, entrará y saldrá en la mancha en un ciclo sin fin,  hasta que cada montero haga el cupo de piezas por el que ha pagado o, alguien pare la cacería porque es hora de irse a comer. Todos contentos, todos felices.

También impedimos que entren depredadores. Y no hay que pensar en lobos, ese bicho que solo hemos visto en Cabárceno, sino también en perros asilvestrados y otros de dos patas y un palo de fuego, quizás más peligrosos que los anteriores.  Amén de ávidos recolectores de frutos salvajes (setas, moras, lavanda, musgo, arándanos, piedras de decoración…) y sus incivilizadas mascotas que con sus gritos o simple olor, turban la paz de los animales salvajes. Finalmente, un exabrupto para  esos que, por accidente o por ser unos hijos de puta, acaban quemando el monte o los que dejan “olvidada” la lata de Red Bull junto a un preservativo usado.

No hay que olvidar tampoco, ni menospreciar, el que los animales salvajes, en sus caprichosos paseos, se cruzan con carreteras y pueden producir accidentes de los cuales haya que responder económicamente, al igual que de los daños a cultivos y propiedades.

El cercón, tiene otra gran ventaja, que podemos ofrecer al montero  caza a la carta en función de la demanda existente. Así, si el consumidor de caza mayor está demandando trofeos de ciervo, compramos unos cuantos en la granja de costumbre y los depositamos en nuestro cercón, con la tranquilidad de que recuperaremos con creces la inversión obtenida, porque de allí… ¡no se escapan ni a tiros! Y valga el doble sentido de la frasecita.

Y qué decir de la variedad de especies que un montero puede abatir en un cercón. Muflones, venados, arruís, gamos y jabalíes sin moverse del sitio y en una sola jornada. Aunque desde el punto de vista animal, el hábitat donde se encuentran confinados  no sea el indicado para ninguno de ellos y, en situaciones normales, (y con eso de “situación normal” me refiero a: en libertad) ni siquiera se tolerarían las unas a las otras, dotándole al ecosistema de un gran grado de artificio, que no goza de mi gusto y predilección personal.

Y para terminar con las magníficas ventajas que ofrece una finca cerrada, pero no por ser la última, es la menos importante, sino todo lo contrario, está la de  poder tener una superpoblación animal que no se corresponde con lo que el terreno daría en condiciones de libertad, pues, según la ley de la naturaleza, cada especie puebla un área con la cantidad de individuos adecuada a la disponibilidad de alimento existente en el mismo. En cristiano, que donde comen dos, no pueden comer trescientos, ¡ni haciendo régimen!

Y esto último es la madre del cordero de la cuestión. A causa de la aglomeración antinatural de animales, la alimentación artificial y el añadir medicamentos en el agua a fin de evitar epidemias que den al traste con todo bicho viviente, son parte del día a día de toda finca cerrada. Gastos que se deben repercutir en el precio del puesto de caza y que hacen que cazar en un cercón sea más caro que cazar en una finca libre donde no se dan este tipo de problemas.

Y cuando todo va bien, cuando la economía es activa y hay dinero en abundancia (o al menos existe la sensación de que todo va genial) los beneficios obtenidos en una finca cerrada compensan los gastos que ocasiona, pero, cuando las cosas van como van, surgen los problemas relativos a hacer las cosas contra natura.

Y es que un ciervo come mucho. Y sin son cientos, comen mucho más. Y si además tenemos muflones, gamos y jabalíes… ¡ni te cuento! Y el alimento y los productos sanitarios son caros, y el gasoil de transportar dicho alimento a los comederos, no te lo regalan, y el pagar a una o dos personas durante todo el año que se dediquen a cuidar a los animales es mucho gasto, y devolver el préstamo que pedimos al banco para vallar todo el coto es una lacra económica respetable y es entonces cuando, sin cazadores adinerados que puedan pagarlo, eso del cercón…, comienza a no ser rentable y hay que recortar gastos.

Y los primeros en sufrir el recorte son los prisioneros, que ven como poco a poco o, como es el caso que me han relatado este fin de semana; de repente, se les deja de suministrar alimento y agua, convirtiendo ese paraíso de paz, sin depredadores, de alimento abundante y agua a raudales, en una finca de cuadrúpedos esqueléticos, de pellejos andantes, de animales que no saben que ya están muertos, al más lúgubre estilo del campo de concentración de Auschwitz.

Gamos y ciervos que intentando escapar de su destino, enredan sus cornamentas entre el vallado quedando prendidos,  agonizando lentamente al sol en una muerte lenta, dolorosa y macabra, mientras aún vivos, son comidos trozo a trozo por zorros, jabalíes y aves carroñeras.

Con la falta de agua, alimento y medicamentos, comienzan las enfermedades que se propagan como la peste entre todos ellos. Pústulas sangrantes, calvas en el pelaje, animales cojeando, tumores en los ojos y en la lengua, hacen que a uno se le revuelva el estómago y se le salten las lágrimas de indignación e impotencia. ¡Y no se puede hacer nada! porque, un gesto humanitario como cortar el alambre es incurrir en delito penal, además de tardío para los que siguen dentro y sobre todo peligroso, para las especies que están fuera del cercado.

No obstante, antes de llegar a la situación extrema anterior, existen otras alternativas,  que, si bien no sirven para ganar dinero, sí que sirven para no perderlo o al menos salvar la campaña con cierto honor, por eso, me comentaban que en otra finca, se ofertaba un puesto de caza en un cercón por unos 1.500 euros, en lo que se denomina “a caño libre”, es decir sin cupos de ningún tipo, siendo el objetivo de dicha oferta el de limpiar la finca totalmente de reses para, posteriormente dedicarla a la cría de cerdos ibéricos, que al parecer, es más rentable.

Nunca el término “liquidación total por cese de negocio” fue más explícito, ni más terrible.

Gracias a todos y además de en la sección de comentarios podéis contactarme en: el.lado.oscuro.de.la.caza@gmail.com

Para mi amigo Jose Antonio. Profundo detractor de las fincas cerradas.

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