Es cierto eso de que una mentira se convierte en realidad a base de repetirla. En realidad es fácil. Para que esto ocurra sólo es necesaria una gran dosis de mala leche, un buen puñado de dogmatismo y una generosa cantidad de ignorancia. Y, por desgracia, en este país no vamos escasos de ninguna de las tres.
Por eso, de vez en cuando, es necesario vacunarnos contra esos estereotipos sociales que todo el mundo da por ciertos y que nadie cuestiona, máxime cuando son la falsedad más ignominiosa que podamos imaginar. El mundo de la caza tiene que soportar una buena ración de estas mentirijillas día tras día, pero hoy nos vamos a centrar tan sólo en una. Y de las gordas. Me refiero a esa que suele afirmar que algunas especies como en lince ibérico o el águila imperial están al borde de la extinción por culpa de la caza y de los cazadores.
Porque no sé ustedes, pero yo, como amante de la naturaleza y de la Historia que practica la caza, no estoy dispuesto a cargar con ese lamentable muerto. Con esa infame mentira. Se trata de un argumento demasiado banal que sólo puede florecer en un terreno tan fértil como el de la ignorancia. Y como contra la ignorancia no hay mejor vacuna que el conocimiento, en el número de abril de Jara y Sedal haremos un repaso por nuestro pasado, remontándonos al siglo XVI, para ver cómo ha evolucionado la persecución de alimañas en los últimos 500 años. De esta forma veremos que la preocupante situación que atraviesan algunas especies hoy no es consecuencia de la caza, sino de una época y una sociedad que algunos ya no recuerdan.
Esos que señalan con el dedo a nuestro colectivo, buscando culpables, al hablar de animales en peligro de extinción, seguramente olvidan que desde 1542 hasta 1970 todos los gobiernos de este país ???y fueron unos pocos??? incentivaron el exterminio de animales dañinos con todos los medios de los que disponían, poniendo precio a su cabeza y recompensando económicamente a aquellos que justificaban la muerte de algún ejemplar. En realidad, no puede decirse que esta práctica fuese un tipo de caza, más bien estaba conceptuada como una guerra contra una serie de animales considerados enemigos. Buscadores de fortuna, clérigos, nobles y villanos persiguieron sin descanso a estos animales durante más de cuatro siglos, sumándose al esfuerzo de toda una sociedad que pretendía, según palabras de la época, «exterminarlos».
Para conseguir tal fin no se escatimó en recursos, y las alimañas fueron muertas con trampas, venenos y disparo de pólvora en épocas en las que incluso estos métodos estaban vetados en la práctica de la caza. Cualquier persona era apta para hacer este trabajo, que estaba considerado como un bien social. Por este motivo resulta doblemente graciosa esa coletilla, tan común en los medios de comunicación, que afirma, por ejemplo, que el lince está como está por culpa de la «caza furtiva»: nunca, jamás en nuestra historia ???hasta 1966??? alguien fue considerado furtivo por contribuir a un exterminio que gobierno y sociedad veían con buenos ojos. Así que ni eran furtivos ni, en muchas ocasiones, eran cazadores.
Si miramos a través del prisma de la Historia, del conocimiento, nos daremos cuenta de que la situación actual de algunas especies amenazadas es una consecuencia lógica. Es lo que tenía que pasar. Es la culminación a medias de un objetivo elevado a cuestión de estado durante 500 años. Un triste resultado para el que no se pueden buscar culpables. Excepto para algún que otro iluminado empeñado en reescribir la Historia y envenenarla, en predicar dogmas o en seguir obteniendo rédito económico con la muerte de predadores como el lobo o el lince. Pero esta es, amigos, una historia diferente???