Siempre me han suscitado una atracción especial los ganchos o batidas al jabalí con pocos perros de rastro donde el trabajo de estos y los perreros es vital, incluso el de los cazadores que cubren los puestos.
Todos y cada uno tienen una misión específica para que el gancho se desarrolle sin problemas, nada fácil, por cierto. Para regular sus poblaciones, evitando accidentes de circulación, daños a la agricultura y enfermedades varias como la peste porcina africana.
Todo debe estar dispuesto para que el monte y los cazadores de unos y otros vibren con las primeras ladras. Ilusión por todo lo alto y la esperanza puesta en abatir ese gran macareno que pueda justificar esfuerzos y sacrificios de una o más temporadas.
Pero para que todo esto se pueda llevar a feliz término, un personaje, muchas veces desapercibido en el transcurso de los ganchos, ejecuta el trabajo más importante y posiblemente más bonito.
Es el perrero o rehalero; hombre de campo, correoso, capaz de descifrar por las huellas y escarbaderos todos los movimientos de los jabalíes. El perrero revisará desde primeras horas pasos y veredas para localizar los encames de los bichos.
Una vez hallados, informará a los postores de los lugares o querencia por donde entiende que los jabalíes pueden romper. Allí se situarán los puestos. Luego, con la traílla debidamente sujeta, intentará localizar el último rastro o demanda.
Cuando los perros denoten con sus latidos, cada vez más insistentes la presencia próxima del jabalí, se producirá uno de los momentos más emocionantes de la caza mayor, que por desgracia muchos aficionados no han tenido la suerte de vivir: la suelta de la rehala y el posterior levante de la presa.
Son instantes de gran excitación y nerviosismo por parte de perros y perreros, dónde los ladridos de aquellos se confunden con los gritos de ánimo de éstos. Se trata, sin lugar a dudas, del momento más espectacular y agradecido de toda la batida.
El perrero, consciente del peligro que corren sus animales antes un gran jabalí que les haga frente, no dudará en ayudarles antes de que empiecen a recular. El perro, por su parte, encontrará en las voces de aliento de su dueño el coraje necesario para tratar de romper la defensa del verraco.