Una especie exótica es la que vino de fuera o, mejor dicho, la que nuestra especie trajo, se quedó y se reproduce con éxito, lo que permite que su población se estabilice y mantenga. Toda especie exótica cambia, más o menos, el ecosistema en el que se establece. Si las alteraciones son graves, se dice que es una especie invasora. La gravedad de la invasión viene dada por tres características: su rapidez, la competencia de la especie invasora con las especies autóctonas, y los cambios que provoca en el ecosistema al que se ha incorporado.
Este movimiento de especies a menudo es accidental y llevamos con nosotros, sin querer, aquellas especies que desde antiguo viven con nosotros. Así hemos poblado el mundo de moscas y mosquitos, de ratas y ratones, de gorriones y palomas, y muchas más. Pero, y también muy a menudo, el transporte de especies se ha hecho con nosotros por el mundo con intención y por diversas razones, como las estéticas y para adornar nuestros estanques, caso del cisne; por razones económicas como el visón americano o el castor, que han llegado a Europa por el valor de la piel; por razones cinegéticas; o también como mascotas, entre las que cabe citar al mapache, etc.
En el caso de su introducción por razones cinegéticas, sería motivo de unas cuantas reflexiones en función de cada una de las especies. Así, por ejemplo, si analizamos al faisán, una de las especies de caza más ampliamente distribuidas en todo el mundo debido a la intervención del ser humano, actualmente presente en estado salvaje como especie nativa en 20 países, y como exótica, en 51, incluido el Estado Español, se puede afirmar que no es una especie particularmente dañina y no hay constancia de efectos ecológicos negativos relevantes. Otro ejemplo que podríamos poner, objeto de controversia en los últimos tiempos, es el caso de los arruís y los muflones, que son considerados especies invasoras hasta el momento en el Estado Español, pero los pocos estudios realizados hasta la fecha contemplan un probable papel positivo sobre los pastos mediterráneos, al ocupar nichos vacíos tras la extinción de pastadores autóctonos (bisontes, uros y tarpanes) y el abandono progresivo de la ganadería extensiva en muchas regiones.
En el caso del mapache, nativo de América del Norte, se trata de una de las especies invasoras que más preocupan actualmente en la península Ibérica. Como cualquier especie alóctona de carácter invasor, la existencia de una población de mapaches en estado silvestre tiene un impacto negativo sobre el ecosistema y las especies que lo habitan, además de suponer un riesgo para la población humana. Los principales factores de amenaza son la predación sobre la fauna autóctona, la competencia con otros carnívoros, la transmisión de enfermedades, tanto a la fauna como al ser humano, y el impacto económico.
En lo que respecta al Estado Español, fue en la Comunidad Autónoma de Madrid cuando fue detectada por primera vez su presencia en 2003 durante un sondeo específico de la nutria. Durante varios años se han realizado campañas de control mediante un trampeo selectivo en vivo con métodos no cruentos mediante la instalación de baterías de jaulas en los tramos de ribera, hábitat que ocupa la especie. También se han detectado en la Comunidad Valenciana y últimamente en Asturias, en la que desde 2015 el Gobierno de Asturias realiza campañas de erradicación de ejemplares. En dicha comunidad autónoma se ha detectado que tiene un impacto negativo sobre la fauna autóctona y produce daños en los cultivos. Además, representa una amenaza para la salud pública por su capacidad para trasmitir enfermedades como la rabia y la parasitosis.
Existe también una enorme preocupación en cuanto a la posibilidad de asentarse en parques nacionales como el de Doñana, ya que en sus proximidades se ha capturado una familia de once ejemplares. Sospechan que si se instala allí cause un destrozo irreparable, sobre todo entre las aves, los anfibios y los cangrejos.
En el País Vasco, no se han encontrado rastros por ahora de mapaches. Aunque sí, en Navarra, en la que la Guardería Forestal capturó hace unos meses un mapache en Tudela, lo que confirma la presencia de esta especie en el sur de la Comunidad foral. Pero, en Euskadi, tenemos por desgracia otras especies invasoras, como el anteriormente citado visón americano, o el mejillón cebra, un recién llegado en 2011 a Euskadi, que está en la lista de las 100 especies invasoras más peligrosas. Eliminan especies autóctonas al ocupar su hábitat, taponan tomas de agua y desagües, y no se ha encontrado manera de controlar, y mucho menos de eliminar esta especie. Y podíamos seguir con más ejemplos.
Sin duda, nos encontramos con un grave problema, y de difícil solución. ¿Qué se puede hacer? Hacen falta campañas de sensibilización por parte de la Administración proporcionando información sencilla y útil sobre las especies exóticas invasoras -muchas veces se desconoce el peligro que supone traerlas como mascotas-, hace falta también ejercer un control sobre dichas especies, y realizar campañas de erradicación lo más rápidamente, e investigando sobre los mejores métodos para ello, dado el escaso nivel de conocimientos alcanzado hasta la fecha en no pocos casos. Y también hace falta una gestión adecuada en el Estado Español de algunas especies exóticas, como el caso citado del arruí, u otras.