El sol ha caido y un baño
de sombras ocupa el paisaje en el que me
encuentro. El calor de las noches de verano ya
me acompaña, pero a su vez, los
mosquitos disfrutan de la piel que reluce a la
luz de la luna, sonando como pequeños
aviones al pasar cerca de mis oídos. Es
por ello, por lo que no dudo en cubrirme con
una manga larga aunque sufra algún
que otro sofoco.
El viento despunta de levante, haciendo
que me de levemente en la cara y que la
pluma que llevo atada al cañón
de mi rifle, haga hondas al son de la brisa.
Dicha pluma, cumple su labor de marcarme la
dirección del viento y por sus
movimientos, esta noche tengo una carta a mi
favor.
Con el rifle bien apoyado para hacer el
mínimo ruido posible si entra algo al
cebo, observo todas las sombras que hay para
,que cuando alumbre del todo la luna, no me
hagan confundirme y dejarme los ojos en ellas.
Pronto, una rata llama mi atención
y durante un rato observo como se come
alguna que otra piña haciendo unos
sonidos que me parecen bastante graciosos. La
tranquilidad reina en ese momento y ella, al
igual que el resto de animales, disfruta de ese
frescor que produce la noche tras el
último día del mes de Junio.
Sin duda, este es mi lugar.
Sobre las once y cinco, cuando los grillos
recitan un precioso cante de poemas y cuando
el viento casi ha desaparecido, siento un crujir
en los alrededores del cebo. Creo que
será algún sigiloso conejo que
dando pequeños saltos irá a
hacerse con el trigo que le sacie el apetito.
Con cautela miro a través de los
prismáticos y un jabalí, negro
como el tizón, aparece de repente
junto al bidón. Va decidido pero con
mucha desconfianza, pues al igual que yo,
sabe que la luna puede jugarle una mala
pasada. Sabiendo esto y mostrando su
audacia, se coloca junto a un arbusco cercano
al cebo, buscando la sombra de este y
manteniendo la cabeza bien alta para tomar
los vientos antes de decidirse. Mi padre, que
estaba en uno de sus sueños, hace
amago de moverse porque parece que se ha
percatado de algo, pero pronto le pongo la
mano en la rodilla y le susurro un
“no” que él ya entiende
de sobra. Es el momento clave de la noche y
debemos actuar correctamente o el juego nos
saldrá mal.
Tras unos minutos un empujón al
bidón delata la tranquilidad y me
permite decirle a mi padre que es un macho
solitario, a la vez que intento poner el rifle en
la dirección del animal. Lo veo
bastante claro a través del visor, pues
la luna está casi llena, pero quiero
asegurarme del todo el tiro, así que
decido ayudarme con la linterna que mi padre
tiene en la mano, ya que hoy ha decidido
como muchas noches, ser mi
acompañante.
Lo meto en la cruz y los nervios, que ya
antes tenía, aumentan por segundos en
este momento, el momento de pausar el
silencio de la noche y tomar una vida en mi
mano. Cuando por fín veo que esta
totalmente cruzado, tras darle un nuevo
empujón al bidón, aprieto el
rifle contra mi hombro y susurro un
“vamos papá”. Susurro
que hace que él ilumine la noche y que
mi dedo rompa su silencio, quedando solo una
carrera entre la maleza del monte.
Pronto salimos del aguardo y al llegar al
lugar del impacto, la sangre delata que mi tiro
ha sido certero y un pisteo de treinta metros
me lleva hacia el animal que brilla radiante al
igual que mi sonrisa al ver que la
victoría ha sido mía en la
última noche de Junio.
Un día más, una noche
más sonrío y miro al cielo. Esta
es mi vida, esta es mi afición y esto es
por lo que día a día lucho desde
antes de tener uso de razón.