Uno se declara ferviente seguidor del perdigón del 10. Desde que me crié junto al caserío en una zona privilegiada vizcaina de pase de pájaros y mi hermano Álex me ayudaba a dar los primeros pasos con una escopetilla del 14, el perdigón del 10 era siempre el primer y único disparo de aquella escopeta. Luego le seguiría otro del 8 en la paralela. No funcionaba solo el perdigón, qué va. Significaba e implicaba que había que dejar “cumplir” a la pieza, normalmente tórtola, lo suficiente para poder enviarle aquellos gramos del fino perdigón, y luego apuntar y encima acertar, entonces tarea harto difícil.
En el perdigón del 10 creo que se condensan en nuestro imaginario muchas de las razones de la caza con la que crecimos y aprendimos, que se reflejan en nuestro hoy y quizá en nuestro mañana. Recargar en casa de chavales aquel perdigón que adorábamos tocar en la bolsa y luego por fuera en cada cartucho. Salir cargado de mucha ilusión y pocos cartuchos, esperando que hubiera tórtolas, aunque entonces casi siempre se veía alguna. Acercarse lo suficiente, o dejar que se arrimara el pájaro lo suficiente, para disparar en condiciones. Y cómo fallábamos pájaros que iban casi por delante de los cañones. O cómo caían también, cuando el adelanto y las distancias eran las correctas.
Estas ideas me vienen cuando pretendo participar en la opinión de “Desveda”, porque, siguiendo el hilo conductor, los cazadores creo que somos también como el perdigón del 10. Me explico.
Somos muchos y nuestro efecto en general se dispersa mucho. No se nos tiene en cuenta en serio en sociedad. El pulso lo ganan discursos pseudoecologistas y el “asesinato” de la madre de Bambi. Gentes que viven en, por y para el cemento, que sin embargo nos disputan cada vez más los fines de semana en la naturaleza. Que predican incluso sobre los que viven y sobreviven en ella toda la semana. Que quieren convertir montes, campos y ríos en el gran parque justo al lado de su casa. Algo lícito, por supuesto.
Vuelvo a los cazadores. Nuestra efectividad se diluye con los metros. Somos eficaces, sí, pero sólo a la distancia adecuada. De cerca, demoledores. A veinte metros, letales. Pero a cuarenta… jugamos ya a la lotería. Quizá sí, quizá no. Suma más la suerte que el plomo o la destreza. Incluso a veces nos arriesgamos a sabiendas de que la mayoría de las veces no llegaremos.
Creo que debiéramos pensar sobre ello. Impulsar que los cazadores seamos como perdigones del 10. Con nuestra dosis de autocrítica, claro. Pero sabemos que somos muchos. Y dónde llegamos, así que o nos acercamos lo suficiente o esperamos a que esté a la distancia adecuada. Medir fuerzas, saber usarlas bien.
Nos va el presente y el futuro en ello.
Llámenle Ley de Caza Vasca o las futuras órdenes de vedas. Por no hablar de las especies o las prohibiciones, o la creciente presencia de “turistas” en el monte…
Nos vemos en el siguiente cartucho. Del 10, claro. Justo entre el taco y la tapa contenedora o el cierre de estrella. Nosotros, a lo nuestro. Unidos y efectivos.