Cinco de mayo, viernes. Salimos hacia Chiprana, al lado de Caspe, según lo previsto. Siete pescadores con dos piraguas dobles y tres individuales. Como siempre que se planean las cosas con antelación nos asalta la duda: ¿Habremos acertado con la fecha? Necesitamos que el pantano este lleno para pescarlo en las orillas de Chiprana, que el Ebro tenga agua pero no demasiada para pescarla zona de Sástago, y lo más importante… que las carpas estén frezando por las orillas. Estamos seguros de que alguna se cumplirá, pero ¿cuál?
Con el sol a punto de desaparecer tras el horizonte corremos a las inmediaciones de la vieja gravera de Chiprana. ¡Perfecto! Está casi lleno el pantano. Tocamos el agua con las manos y… ¡Fría, muy fría! 16º son muy pocos para la época. Comenzamos a buscar la picada de los bigotudos. Deberían estar acechando sobre las praderas recién inundadas de las orillas. Las dos horas mágicas del crepúsculo se desvanecen como nuestra ferviente ilusión. Primer balance: Las carpas no están frezando, luego, los siluros no los están cazando en las orillas.
8 de la mañana del sábado. Desayunados y con las pilas cargadas nos desplazamos hasta Sástago. Nuestra intención es bajar pescando en piragua hasta Escatrón. 30Km de belleza y soledad. No es posible, hay demasiada agua. El Ebro abraza a Sástago en un largo meandro con forma de herradura. Un canal que desagua aguas abajo para producir electricidad, modera la fuerza del cauce del rio en esta parte, posibilitando la navegación y la pesca. Lanzando y remando llegamos a la isla que reposa a los pies de la ermita. A pesar de la mayor parte del caudal ha sido absorbido por la central, el agua cae viva y saltarina por los canales que se han labrado entre pequeñas porciones de tierra. ¡Es un lugar precioso!
Los siluros gustan de acechar en las grandes corrientes, aunque parezca mentira. Nos asomamos a la orilla y vemos una inmensa cola negra que baila al vaivén de la corriente. Lanzamos una gran ondulante… pero nada. Desaparece bajo la espuma. Nos afanamos en buscarlo y… ¡primer toque! un pequeño siluro toma el engaño. Sale del agua en dos ocasiones para finalmente zafarse del engaño. Desilusión. No pasan 5 minutos cuando encontramos otro chiquitín. Vuelve a dar dos botes… pero esta vez lo echamos a tierra. El siluro es así, no ves uno en horas y en un rato y en una sola postura haces una pescata.
Volvemos a Chiprana al atardecer. Esta vez la playa izquierda. Hay una salida de agua importante, justo debajo de la carretera. Siguen faltando las carpas, pero confiamos en nuestra experiencia y sabemos que es una zona querenciosa. ¡Taca, ya tenemos otro!
La media jornada que nos queda el Domingo la dedicamos a navegar por el pantano. Desde Chiprana hasta Caspe, el pantano de Mequinenza serpentea sobre fondos que no superan los 20m, en la mayoría de los casos. Buen escenario para buscar siluros durmientes a jiging con grandes vinilos. Subimos uno que aunque pequeño respecto a las tayas pescable, fue el más grande del fin de semana. Pesaría unos 12Kg.
Como veis la pesca no fue nada del otro mundo. Hemos tenido jornadas mejores. Pero como siempre, nos vamos con la sensación de haber disfrutado de un paraje precioso, tanto por la belleza del entorno como por la vida silvestre que habita las orillas. Martin pescador, águilas de varios tipos, garzas imperiales… en cada recodo aparece algo que merece ser recordado hasta la siguiente salida. Si te animas, es posible que las carpas se pongan a la freza en una o dos semanas. Entonces, además de disfrutar… se pesca.