A la espera de la desveda, es tiempo de contar recuerdos y transmitir experiencias que nos sirvan a los cazadores.
La naturaleza es un vademécum abierto sobre la biótica. Ciñéndonos a su fauna, nos muestra que las estratagemas, refiriéndome al mimetismo u otras, no son meras casualidades, sino que responden a “mecanismos” de causalidad, connaturales a cada criatura.
No digo que sean acciones meditadas, pues ello implicaría admitir una inteligencia animal, cuestión que nos llevaría a una disquisición bizantina. Puedo aceptar que carezcan de ella, aunque admitiría de mejor grado que cualquier meapilas me dijera que no tienen alma, a que un sabelotodo niegue la capacidad de decisión de los animales y su intelección. Un animal podrá ser cualquier cosa, pero nunca irresoluto. Mis pareceres son refutables, pues los digo desde mi experiencia y, éste, no está precisamente alumbrado por conocimientos científicos.
Sustituyamos la inteligencia por el instinto y llegaríamos a un consenso más fácil, pues creo que nadie tenga tan poco caletre como para negar en los animales instintos más o menos desarrollados. Llegaremos a un acuerdo de mínimos, si admitimos que viven siguiendo la raigambre de sus instintos; lógicamente, difieren unos de otros como en otros aspectos.
Podemos negar a los animales la inteligencia desde la nuestra, sin embargo demuestran su capacidad de aprendizaje, quizá por estímulos, porque ¿Cómo es posible que tengan respuestas correctas ante diferentes situaciones? Mismamente, ahora me asaltan remembranzas de esas codornices que mostradas por el perro dan un vuelo corto y rastrero, a salto de sapo, apeonan renqueantes, dejándose ver con un ala extendida como si la tuviera cortada.
Cuando se acerca el perro, repite la impostura varias veces, hasta que el cazador primerizo, baja la escopeta, la intenta coger y sale volando como un obús; consiguió su propósito, que no era otro que alejar de su nido al perro y al cazador y para ello empleó el ardid. Supo proteger a su prole, fue capaz de engañar al perro y al cazador, hasta infundió lástima al último. No todas lo hacen, pero sí algunas a la sazón. Doy fe que me lo hicieron varias codornices.
Por supuesto ningún humano adiestró en esta estratagema a la codorniz. ¿Cómo fue ella capaz de desarrollar esta táctica? Cuando aprendí porqué obraban así, otras que emplearon la misma estratagema ya no me engañaban, pero también se salieron con la suya, porque, sabiendo que lo hacen por proteger su nidada, hay que ser muy duro de corazón para no ablandarse y desistir del interés en quitarle la vida.
Sin hipocresía, a estas codornices no las disparo porque, solo de pensarlo, se me representa la imagen de un energúmeno pisoteando con saña los huevos de un nido, entre el piar y crujir de los pollos agonizantes reventados bajo sus botas. Incluso, apelando únicamente a nuestro egoísmo, si queremos disponer de caza, lo procedente es dejar que esa hembra saque adelante su nidada.
Obviamente, los animales nacen con una herencia genética, mucha o poca, la necesaria para intentar sobrevivir. Y quizá, no aún la definitiva. Creo que las especies continúan su evolución, no me creo que después de millones de años, ahora mismo o ayer, se terminaron de desarrollar los seres vivos en su dimensión total y definitiva.
Quienes no lo sepan recuerden este escrito, porque algún día se encontrarán con una codorniz que se levanta delante de su perro y vuela escasos metros, no se esconderá, más bien apeonará a la vista arrastrando un ala y repetirá la acción varias veces, hasta que salga volando impetuosamente cuando ella considere que alejó el peligro de su nidada. Mi consejo; si tienes un encuentro así no dispares y aleja al perro del lugar de la primera muestra, a la que probablemente volverá por recordar que olió más de una pieza y sabrá la posición donde estarán los pollos. Por una codorniz que dejes vivir, tú mismo, u otros, encontraréis más tarde una docena. Creo que merece la pena, por eso lo cuento.