Cada ciudadano vasco consume una media de 50 kilos de pescado al año, mientras que la media española se sitúa en 45 kilos, la europea en unos 22 kilos y la mundial en 17. Nuestras aguas son incapaces de satisfacer semejante demanda, lo que nos obliga a importar pescado de otros países y, en definitiva, a exportar nuestra sobrepesca potencial a otras aguas, a veces muy distantes. Se calcula que si empezáramos a contar el primero de enero y dependiéramos exclusivamente de nuestro pescado, el suministro se terminaría el 8 de mayo. Del 9 de mayo en adelante tendríamos que abastecernos de pescado foráneo. Así pues, somos “dependientes del pescado”, lo que también puede decirse de otros estados miembros de la Unión Europea. Según esos mismos cálculos, en Portugal se terminaría el pescado el 26 de abril, al día siguiente en Alemania y el 30 de ese mes en Italia. En resumen, no sólo el Estado Español en general, y el País Vasco en particular, sino la Unión Europea en su conjunto, es deficitaria en este recurso básico y debe comprarlo a otros países. Es decir, Europa también exporta su sobrepesca. Del mismo modo que China exporta la deforestación que exige su desaforado crecimiento económico a los bosques tropicales de todo el mundo.
Para colmo, tanto los caladeros españoles como los comunitarios están al borde del colapso. No dan más de sí y corren el riesgo de dejar de ser productivos. Las capturas son menores, mientras que la capacidad de la flota aumenta gracias a las mejoras técnicas. La actual política pesquera se ha revelado incapaz de gestionar con criterios de sostenibilidad unos caladeros exhaustos y todo el mundo está de acuerdo en que es imprescindible abordar una reforma -nunca mejor dicho– de gran calado. La comisaria de pesca, la griega María Damanaki, presentó el pasado 13 de julio una propuesta de reforma muy ambiciosa a la Comisión Europea. La propuesta va sin duda en la buena dirección, pero ya hay sectores con poderosos intereses económicos que presionan para descafeinarla durante su tramitación parlamentaria. En resumen, la reforma pesquera pretende eliminar los descartes, establecer unos planes de gestión a largo plazo y tender hacia un enfoque ecosistémico de la explotación de los mares. La industria, que es alérgica al largo plazo, ha criticado la reforma como afín a los postulados conservacionistas. Veremos lo que ocurre en los próximos meses.
Mientras tanto los consumidores ya no saben lo que comen. El pasado 7 de octubre, se publicaba una información en el diario “DEIA”, en la que se decía “que como dice el refrán no es oro todo lo que reluce, ni tampoco merluza del Cantábrico lo que con esta etiqueta se vende en pescaderías y grandes superficies de Madrid y otras ciudades de la Península Ibérica”. Así, según una investigación realizada por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ en sus siglas en inglés), una red que aglutina a periodistas de medio centenar de países, revela que a los consumidores españoles les dan muchas veces gato por liebre. Concretamente, el 8,6% del pescado que se intenta comercializar como la esbelta y valorada merluza europea, una de las especies de más valor en nuestra mesa y que más ingresos genera, no pertenece a la especie Merluccius Merluccius sino a subespecies de esta familia más baratas e incluso a otras que no tienen absolutamente nada que ver como el panga vietnamita o el granadero del Pacífico. La investigación se basa en un estudio de ADN realizado a 150 ejemplares, 100 de merluza congelada y 50 fresca, comprados en supermercados de grandes superficies e hipermercados así como en pequeñas pescaderías de la comunidad de Madrid, ciudad elegida por motivos logísticos y porque cuenta con el segundo mercado más importante del mundo de pescado. Las muestras, adquiridas en junio pasado, fueron enviadas a un equipo de científicos de la Universidad de Oviedo que confirmaron que prácticamente una de cada diez muestras analizadas, el 8,66%, no era lo que decía ser en su etiqueta. “Algunos de los casos revelados son realmente descarados e intentos sorprendentes de engañar a los consumidores”, advierte uno de los expertos en ADN de la Comisión Europea, Jann Martinsohn. “Y lo peor de todo es que no son aislados”, advierte quien analizara la metodología utilizada y los resultados obtenidos.
En este mundo nuestro de la globalización se diría que todo está teñido de fraude y engaños. Los consumidores no se fían de los mercados y los mercados no se fían de los contribuyentes, ni de sus dirigentes políticos. Por algo será.
Hola Luisoc: Muchas gracias. Pero lo de señor no me gusta mucho. Tengo unos cuantos años, pero creo que entre nosotros el trato puede ser diferente. Al menos por mi parte. Saludos.
Muchas gracias señor Rekondo por abrirnos los ojos con los temas que nos trae en sus artículos. Información seria, veraz y medio ambiental. Chapeux.