Cuando se habla de la montanera todo el mundo relaciona las bellotas con el cerdo ibérico y el jamón serrano de pata negra.
Para los cazadores las bellotas son sinónimo de alimento para los animales salvajes durante el invierno. De hecho, se dice que los buenos años de bellotas lo son también de caza mayor.
En el caso de las palomas torcaces ocurre lo mismo. Las bellotas son su alimento preferido. De las diversas variedades de bellotas que se producen en los montes, la de la encina, más dulce que ninguna otra, es sin lugar a dudas la preferida por jabalíes, corzos, ciervos, gamos, muflones y palomas, sin olvidar un sinfín de animales cuya relación sería demasiado extensa para numerar en esta página.
Las bellotas azotadas por los vientos de diciembre caen formando un círculo alrededor de las encinas. En el caso de Extremadura, a la proliferación de encinas hay que unir unos inviernos benignos, lo que hace que las palomas acudan por millares a esa región.
Se dan incluso casos de bandos que, como una nube, oscurecen el sol extremeño. A diferencia de la bellota del roble, mucho más amarga, la de la encina tiene el peligro, sobre todo en el norte peninsular, de helarse en el suelo.
La razón es sencilla. Al ser un árbol de hoja perenne no tiene posibilidad de cubrir las bellotas como sucede con el roble, cuyas hojas, ya desde octubre protegen a este fruto de los rigores del invierno.
Esto supone una gran despensa para los jabalíes, que a partir de enero desechan las bellotas de encina estropeadas por las heladas. Sin embargo, en los montes extremeños es muy difícil que hiele y sus agrestes dehesas son una gran fuente de riqueza y producción.
De hecho, en sus pastos se alimentan infinidad de animales. En estas zonas, la caza de la paloma torcaz se prorroga hasta el veintiocho de febrero, fecha aproximada en la que emigran hacia el norte, reuniéndose en el centro y norte de la península, atravesando un contingente de ellas por determinados puntos de la costa y del Pirineo, para pasar posteriormente a Centroeuropa.
Sin embargo, son muchas las que no emigran para ubicarse en los árboles de Madrid capital. Los propietarios de estas dehesas, donde las corpulentas encinas y alcornoques juntan en muchos lugares sus redondas y frondosas copas hasta formar, a veces, una tupida capa que impide que penetren los rayos solares, arriendan el derecho a cazar en las fincas.
Con un sistema de puestos fijos, y reclamando con cimbeles a las palomas, hay días que las capturas se contabilizan por docenas en cada puesto. La habilidad del cimbero juega un papel importante para atraer a las astutas aves.
La voracidad de estas sabes no tiene límites. Llegan a ingerir un promedio de veinticinco bellotas al día. Las tragan con su cáscara y parece imposible que un alimento tan grande pueda pasar por un cuello tan estrecho y un pico tan frágil.
Una vez ingeridas las bellotas, las torcaces las almacenan en el buche y después, mediante la enorme potencia digestiva de su estómago, la digieren perfectamente. Si una persona intentas hacer lo mismo lo más probable es que muriese en el intento.