Cuando me pidieron ponerle nombre a esta columna, se me ocurrió “Desde el puesto 20”, una explicación que sin duda ha quedado en el aire pero que quisiera develar.
Allá por los años noventa, mi amigo José Luis Núñez me invitó a cazar junto a él en un puesto de migradoras en el norte de Burgos, en una afamada línea de pase, nada menos que en Peña Angulo, gestionado por la modélica Sociedad de Cazadores Bilbur.
Uno, que venía de hacer sus pinitos en estas lides al pase en las cercanías del caserío familiar, o de tirar muchísimos tiros más en un monte cercano en cuanto tuve carnet de conducir, aquello suponía un salto cualitativo más que importante. Sólo comparable a una vista al alto de La Herrera que se saldó con algunas torcaces capturadas. Pero equipado con una afición inagotable, capaz de mover montañas, una paciencia infinita, y una moral a prueba de cualquier contratiempo.
El cazador de a pie, humilde, de la costa o de interior dedicado sólo al pase sabrá bien de lo que hablo, aunque cada vez crezcan muchos más impedimentos por todas partes y se vean menos chavales en el monte, por lo que la edad media empieza peligrosamente a ser muy alta.
Volvamos a aquella jornada. Con veintipocos años y la ilusión intacta, elegí para la invitación una superpuesta Sarriugarte de 76 centímetros de cañón, pesadísima, pero que ya me había hecho alguna vez brillar en las tiradas locales al plato.
Llegada de noche, sombras antes de amanecer, sorteo de puestos con guarda y linternas… José Luis le llevó a su invitado a su propio puesto, el número 21, junto a Eduardo, otro veterano de la sociedad. Era un sitio ideal para hacer fotos, con una campa a la izquierda y a pocos metros de un valla sobre la que quedaba como un pequeño balconcito encima de los más de seiscientos metros de caída sobre tierras alavesas, en su extremo más occidental, lindando casi con la Sierra Salvada. Un sitio precioso, espectacular.
Algunas malvices “animaron” los puestos de abajo y, después de las primeras luces, pasó un rato en que sólo las calandrias animaban la mañana con bandos infinitos que duraban muchos minutos sobre nuestras cabezas. Algunas malvices aprovechaban a colarse entre ellas y, después de rebasados los puestos de tiro, delataban su paso con su canto.
Con el sol ya asomado, apareció un primer bando de torcaces, alrededor de un centenar. Se dirigían a nosotros en línea recta, por el cielo, a nuestra altura. Emoción, nervios, inseguridad del novato que debuta en la plaza… “tranquilo, que dará alguna vuelta antes de subir” sonó a mi lado. La veteranía se alcanza con muchas horas de experiencia. Y José Luis sabía bien cómo suelen subir las palomas por el pequeño puerto normalmente. Al lado nuestro seguía Eduardo, que, imagino, quería ver la cara “del nuevo” que además de escopeta llevaba cámaras de fotos en una gran bolsa verde.
Las palomas se esfumaron de nuestra vista y seguramente los aires las empujaron a dar vueltas por las largas paredes de piedra que arman el puerto, antes de elegir por dónde penetrar hacia las tierras castellanas.
Por nuestra derecha se oyeron silbidos. Luego a nuestra izquierda, desde el puesto 20. Eran, finos, bajitos, pero cortos y constantes, persistentes, incluso sonaban serios. Por el rabillo del ojo derecho vi un montón de palomas que se acercaban –por fin- derechas a nosotros. Ni dudé; levanté la escopeta, cogí con la vista a las dos más cercanas y ¡pim! ¡pam!. Ambas palomas doblaron en el cielo acusando el impacto y cayeron como pelotas… pero el aire las llevó hacia el corte y hacia el valle que se extendía a nuestros pies. Cientos de metros más abajo.
José Luis no dijo nada. Es un caballero de los pies a la cabeza y seguramente reprimió lo que pensaba en ese momento. Eduardo, mucho más “jatorra” no tuvo reparos en felicitarme por el doblete, abrazo incluído, antes de decirme de seguido a bocajarro “eso no vale para nada. Hay que dejarles entrar más. Se las comerá algún zorro ahí abajo…” de forma socarrona y hasta divertida. José Luis no pudo entonces reprimir la risa cómplice y el cachondeo ya fue generalizado. Creo que me sonrojé para el resto del día.
A mí, de aquel día en el puesto 21 me quedaron muchas cosas grabadas.
Cuántas cosas se aprenden cuando menos te lo esperas. De personas que quizá no lo creerías pero que a menudo saben más, mucho más que tú. De cómo hacer excelentes amigos sin verlo ni saberlo hasta que los tienes delante. De cómo la ignorancia es siempre atrevida. Que “la veteranía es un grado” se demuestra. Que cada día se aprende algo en la caza. Y que hay gente genial por el mundo dispuesta siempre a echar una mano, enseñar al que no sabe, abrirte a otros mundos. A dar de lo suyo sin esperar nada a cambio. Visiones distintas que enriquecen esta bendita afición nuestra. Modelos de conducta ejemplares. Porque sus protagonistas son excelentes cazadores y aún mejores personas. Yo conozco varios. Aquel día fue uno de esos que recordaré siempre…
PD. El puesto 20 es el anterior al 21, al otro lado de la campa que se extiende desde allí hacia la derecha, lo que es fundamental para un zurdo como el que suscribe. Y donde también he disfrutado de excelentes jornadas con José Luis, Eduardo, Jon, Iñaki, Félix, Pistón, Álex, Josepo, Padi, Zorita… si pudiera elegir, yo quiero el 20, eso sí, con mis amigos…
Como se nota que mañana hay cambio de luna eh? Solo hace falta viento sur. Eta gero parera bota!!!!
Atento mañana, tengas el puesto que tengas.
Suerte!!!