Antaño, cuando las bravas y escurridizas perdices abundaban raro era el cazador vasco que no dedicara gran parte de la temporada a cazarlas. Y lo hacían como mandan los cánones, con el perro por delante, bien en mano o solos, sudando la camiseta y agudizando el instinto cazador para poder entrarles a tiro. Nada fácil por cierto cuando allá por Diciembre han comido el segundo grano y tirado la segunda pluma. Pero las perdices entraron en regresión y muchos se pasaron a la mayor, otros a las becadas, cuando no a las palomas torcaces en el sur peninsular. Sin embargo todavía son muchos los nostálgicos que las cazan con más o menos intensidad dependiendo del acotado que gestionan. Quiere esto decir que muchas hectáreas para pocos cazadores con un límite de capturas pequeño, es garantía de futuro. Bien distinto en caso contrario es el precio de las tarjetas, pero mejor no incidir en el tema no vaya a ser que levantemos la liebre y la sufridora de turno ponga el grito en el cielo.
Poderoso caballero es don dinero. Aunque una vez en el campo el corazón y los conocimientos son los que generan resultados. Al hilo de los conocimientos les voy a contar unos procesos de las perdices posiblemente desconocidos para los cazadores de nuevo cuño. Se suele comentar que hacia el dos de febrero, día de la Candelaria, se aparean las perdices y no es del todo cierto, porque desde mediados de enero y aun antes los bandos empiezan a partirse. Incluso por San Miguel (29 de septiembre) en el celillo de su nombre los perdigones ya empiezan a creerse suficientes para cortejar a las hembras. Amores incipientes que les supone alguna que otra paliza de los machos viejos que se sienten celosos por los flirteos de los jóvenes.
No en vano todos los machos conocen el valor y la valentía del resto y eso queda patente en el momento que el bando se divide. Es hacia medidos de enero cuando los machos muestran preferencia por determinada hembra, época de noviazgo con peleas frecuentes porque el amor les obceca. El que salga airoso de la disputa picará la cabeza de la elegida que orgullosa emprenderá vuelo con su elector.
Volverán a luchar los restantes machos y habrá nuevo vencedor, nueva elección y nuevo matrimonio. Este proceso suele durar varios días y se dice entonces que el bando esta picado. En definitiva una bonita historia de amor que durará hasta que los pollos salgan adelante bajo el cobijo luego de una madre ejemplar que pondrá en juego incluso su vida para proteger la pollada.