La temporada de perdices se presenta ilusionante para los aficionados. Han criado bien y a nada que las semillas no les den mucho tute, los cazadores disfrutarán, y seguro que la gran mayoría respetará los cupos en las primeras salidas. Luego cuando hayan comido el primer grano y tirado la segunda pluma venderá mucho más cara su vida y los cupos estarán al alcance de muy pocos. Sin embargo algunos acotados son auténticos secarrales donde solo se han defendido culebras y lagartos. De ahí que no todos los cotos norteños tienen perdices en abundancia pese a que sus condiciones bioecológicas sean idénticas a los cotos colindantes e incluso mejores. Hay que saber cuidar y sobre todo reponer y no esperar que la naturaleza restañe las imprudencias que el egoísmo y el atontamiento humano causan muchas veces en las perdices. Un determinado acotado con el número adecuado de perdices que pueda mantener debe generar, si todo marcha bien, que no es poco, el número de perdices que sean. Si esto no es posible por los motivos que fuere, hay que ayudarla puntualmente con repoblaciones de hembras allá por febrero. Son muy bien recibidas por los machos viejos que rápidamente les ponen al día con los múltiples secretos del campo. Porque la conducta heredada o grabación genética no se extingue y por ello la perdiz roja criada circunstancialmente en cautividad no pierde eficacia en los respectivos actos que integran la función reproductora. Sin embargo cuando hablamos de repoblaciones la mayoría de los cazadores recelan de los resultados y de la bravura de sus individuos. Dos son los problemas que hay que solventar para que el tema funcione. Hacerlo correctamente y con perdices de una calidad genética contrastada. Ahora bien, nunca en un acotado deben faltar todo el año los comederos oportunos, estratégicamente situados y bebederos si fuese necesario. Claro está si queremos mantener una o dos perdices por hectárea y no por cada quince o veinte sin comederos. Raposos y córvidos siempre ha habido pero deben ser los justos. ¡Han cambiado tanto las cosas para las perdices y en cambio ellas siguen ancladas como hace cientos de años! ¡Cómo no vamos a ayudarlas aportándoles las novias jóvenes que sean necesarias si entre agricultores y cazadores somos un ejército armado con las más sofisticadas tecnologías! Lo curioso del caso es que si las abandonamos a su suerte aún sin cazarlas desaparecerían en unos pocos años. Y es que la mano del hombre interviene con extraordinaria fuerza en la Naturaleza y el “Dios proveerá” no existe.