El día 27 será un gran día a nada que la siembra de cereal no haya causado más bajas que las esperadas, que no serán pocas. En Castilla y León se levanta la veda de caza menor.
Un gran número de cazadores, en su mayoría titulares y socios de terrenos acotados, intentarán desarrollar sus cualidades cinegéticas en la captura de la reina de la avifauna ibérica: la perdiz.
Bonita y brava como ninguna otra ave, la famosa patirroja seguro que se lo va a poner difícil a muchos de ellos. Y es que la caza de la perdiz requiere un arte y una destreza que no está al alcance de todos. Unos por falta de una preparación adecuada, otros por carencia de serenidad al arrancar la pieza y, los más, por no prescindir de sus habituales comodidades, lo cierto es que son muy pocos los que consiguen resolver el complicado problema de dominar a las perdices, llevarlas al “matadero” y culminar horas de persecución en unos pocos minutos. Las perdices conocen perfectamente el perímetro de su zona de merodeo, que nunca es tan extensa como suponen algunos cazadores. La experiencia demuestra que estas aves viven siempre en la zona donde nacieron y se mueven en una extensión de unos cuatro kilómetros cuadrados, cuyos límites no traspasan sino en los casos de una persecución bien ordenada. Al concluir la persecución vuelven a sus querencias. Las patirrojas, en su propio terreno, son unas auténticas maestras en geografía. De hecho, conocen a la perfección todos los barrancos, montículos, cuetos, colinas, tajos, laderas y fuentes de su entorno. Esta es la causa por la que las perdices se adaptan tan bien a las condiciones del terreno. Nada escapa a su vista y todo lo que signifique una mínima variación en su hábitat es para ellas motivo de alarma, ya sea una rama grande caída en el suelo, un pequeño trozo despojado de sus leñas o las piedras o matas movidas por el hombre.
En noviembre, cuando completan su desarrollo, las perdices se convierten en un animal fuerte, que no se rinde fácilmente ante el cazador, sobre todo si la temperatura del día es agradable. Una costumbre de las patirrojas que llama la atención son los diferentes puntos que eligen para dormir, que se pueden identificar con facilidad por los excrementos que dejan en ellos. En los páramos en cuyos alrededores no existe arbolado que pueda albergar alimañas nocturnas, se acomodan en cualquier ribazo que las defienda del aire. Todas las tardes ascienden peonando y todas las mañanas descienden volando a su zona de merodeo. Estas ascensiones a peón hasta las proximidades de su dormitorio son generalmente de medio kilómetro. A lo largo de este trayecto, las perdices disponen de lugares donde guarecerse y descansar. Estos lugares suelen estar protegidos por rocas o matas, en las partes más latas, y siempre se encuentran despejados en dirección a las hondonadas, de forma que puedan levantar vuelo con facilidad en caso de sorpresa y descender por el camino que recorren todas las mañanas. Este camino se lo conocen de memoria y pueden hacerlo incluso en la oscuridad de la noche, a pesar de que su vista es nula. Su fino oído es el único medio que les sirve, por las noches, para localizar la presencia del zorro o de cualquier otra alimaña.