En mi remota juventud, siempre había un remedio para todas las enfermedades vegetales y animales. Remedio, que nos brindaba la Naturaleza. Remedio, que hay que saber administrar en su debida proporción. Pues una confusión o una interacción, puede ser letal. Hoy, siguen estando ahí esos remedios, pero han caído en desuso por su brutal desconocimiento o por querer izar la bandera de la sapiencia gente ajena tanto al campo, como a la ciencia. No obstante, se está notando la carencia y las sociedades más concienciadas, están volviendo la vista atrás.
A quienes viven en el campo, les han embrutecido tanto, que ya no se paran a contemplar las flores que la Naturaleza les ofrece. En el mejor de los casos, aprecian las flores y las plantas de jardinería, que aun siendo preciosas, las desconocen totalmente.
A mí, personalmente, siempre me ha parecido una tremenda osadía pretender conocer las plantas a través de catálogos, libros, enciclopedias e Internet. Pues ahí tenemos el caso de las setas y todos los años hay miles de intoxicaciones. No por ello desprecio los soportes antes enunciados. Qué va. Lo que digo es que como hay tantas plantas parecidas, pero con diferentes propiedades, siempre y con todas ellas se necesita una enseñanza Aristotélica (peripatética o itinerante). Aquí no hay autodidactas ni nada por el estilo. Esto se aprende desde niño a base de ver y de preguntar o jamás se sabrá. Pero como hoy el Medio Rural está tan desacreditado y acosado, estamos perdiendo una cultura ancestral.
Hoy, por intereses que no vienen al caso, se quiere convertir a los pocos moradores que quedan en el campo en especies humanas a observar, o, en mesoneros a la usanza novelesca de antaño. Por eso nos encontramos con que un conocimiento básico se está perdiendo a pasos agigantados. Tanto es así, que un grupo de investigadores andaluces, coordinados por la profesora Reyes González-Tejero de la Universidad de Granada, trabaja en la elaboración de un mapa etnobotánico de Andalucía, es decir, «un mapa que recoja el conocimiento popular de las plantas de un territorio, sus usos, su manejo o su valor cultural, lingüístico, etc.». ¡¡¡A D??NDE HEMOS LLEGADO!!!.
Los cazadores y la botánica
Ustedes me perdonarán, pero: ???quién sólo sabe de caza, no sabe nada de CAZA???. Yo, no entenderé jamás a esos cazadores que caminan por el campo y no saben leerlo. Yo, no sé cómo se puede ir a cazar y no observar: las escobas comidas por las liebres, la hierba mordida por el corzo, el árbol resinoso sobre el que el jabalí se ha arrascado y encima lo ha colmilleado, el pelo del animal dejado en una alambre de espino, el cardo borriquero si uno se hace una herida y quiere cortar la hemorragia y mil cosas más. Ahora, cuando veo esos dientes de león que de niño cogía para los conejos por obligación, se me van las manos detrás de ellos y se los llevo a mis perdices de reclamo para que se los zampen como glotones sin ningún pudor. Veo las mielgas y les digo: ¡¡ay de vosotras si os hubiese pillado antaño para mis conejos o para el burro!! No será la última vez que arranque un capullo de amapola y antes de abrirlo diga aquello de: monja, fraile o titiritaile.
En ocasiones veo a verdaderos mastuerzos que presumen de abatir grandes trofeos. Los observo cómo se colocan en las posturas sin haber estudiado el terreno y sin haberse hecho una composición de lugar de las derivas de la Meteorología y no lo entiendo. Es más, yo les he visto ir de postura y pisar ramas de poleo sin ni siquiera pestañear. En fin, lo voy a dejar.
Los conocimientos botánicos de antaño
Como ya les he comentado en varias ocasiones, yo, nací en el seno de una familia muy humilde en Fuente Andrino (Palencia). Tan humilde que tuvimos que emigrar a Euskadi. Pues bien. Los recuerdos de mi infancia no están ligados a ningún patio de limoneros. Qué va. Los recuerdos de mi infancia están ligados al constante trabajo de los niños pobres, a la escuela de mi pueblo y en cuanto hice la edad, al Convento Franciscano.
Todavía recuerdo con nitidez cómo, para cortar la raíz lechosa del diente de león, tenía que dar más de una cavada con la piquilla. Para las mielgas no, que para ellas llevaba el ???hocín???. Claro, y si de paso encontraba unas acederas, nunca venían mal para que mi madre hiciera una buena ensalada, si bien es cierto, que para ensaladas buenas, las de los berros en enero. ???EL PEZ Y EL BERRO EN ENERO???.
Luego, cuando tuve edad de ir a la Escuela, la maestra nos llevaba de paseo y nos explicaba las plantas que ella conocía. Muy pocas, a decir verdad. Los que sabían de Botánica eran los frailes que intentaron desasnarme. Nos obligaban a catalogarlas con su nombre en Latín y todo. Y así, como quien no quiere la cosa, le crearon a uno una cierta inquietud generosa que hasta la fecha no se ha disipado. Por eso conozco muchas hierbas, plantas y flores. Me cabrea lo alóctono y me satisfacen cada vez más los aromas del campo en todo su esplendor. Ah, esto de catalogar las flores era parte de una asignatura que se llamaba CIENCIAS NATURALES. Hoy en día no sé cómo se llamará, pero a lo peor destinan más tiempo a estudiar el Pino Insignis (Pinus radiata), que al Negrillo.