Resurgen los conejos
La caza de conejos con hurones era hace unas décadas una modalidad extendida entre los cazadores de las zonas rurales. Resultaba relativamente sencillo conseguir los hurones, introducirlos en las madrigueras de los conejos y hacerse con unos cuantos roedores que, justo es decirlo, suponían una importante ayuda, tanto económica como alimenticia, al agro hispano. No en vano se abatían anualmente en la península entre ocho y once millones de conejos. Pero ras introducir en 1960 el francés Armand Delille el virus de la mixomatosis en Francia, en esa década murieron en España 50 millones de conejos, desbaratando toda la estructura cinegética y ecológica de la península. De una abundancia de conejos se pasa a unos períodos de dientes de sierra en los que sus poblaciones sufren espectaculares regresiones, que llevan a las distintas administraciones a prohibir los permisos para la práctica de la caza con hurón. Pero esto ha cambiado radicalmente y en la actualidad en muchos lugares son una verdadera plaga que arrasa todos los campos que encuentran a su paso. Su práctica en sí no resulta excesivamente difícil si, conociendo los vivares y las tácticas predatorias del hurón, se sabe utilizar la escopeta con rapidez. En silencio absoluto, los cazadores se colocarán junto a los vivares e introducirán al hurón en la boca de la madriguera. Pronto se percibe un ruido que procede de las entrañas de la tierra: los conejos dan zapatazos con las patas traseras para comunicarse entre sí el terror que les causa la visita. A este ruido sucede otro más intenso y característico: el de la lucha entablada por el hurón con los espantados habitantes de las galerías. A veces se oyen chillidos de angustia, mientras el hurón va acercándose a sus presas. Fuera los corazones de los cazadores palpitan al unísono y los dedos se crispan en los gatillos. La salida del conejo de la madriguera, por esperada que sea, siempre sorprende por su extraordinaria violencia. El animal huye -vuela, se podría decir- en tan vertiginosa carrera que es preciso ser un buen tirador para no fallar. Pero no siempre en la caza salen las cosas como uno quiere. Puede ocurrir que las madrigueras estén desiertas y el aguardo sea infructuoso. Y hay conejos que parecen tener tan alta idea de las destrezas de los cazadores que prefieren dejarse desollar vivos por el hurón antes que exponerse a los tiros. En estos casos, el hurón se harta, de chupar sangre, para después tumbarse a dormir tranquilamente dentro de la cueva. Cuando esto ocurre no hay más remedio que despertarlo a tiros y, si no quiere abandonar las delicias del sueño, ha de andar listo el azadón para cavar en las madrigueras hasta dar con el animalito, porque si se deja un hurón viviendo en el monte se borrará hasta el recuerdo de que habían existido conejos dentro de esos vivares.