Se desveda la caza del corzo a rececho, todo un referente a nivel peninsular al haber colonizado este pequeño ungulado prácticamente toda España. Encanto y alegría del bosque ha suscitado ente un gran sector de cazadores elitistas una gran afición, máxima ahora que se empieza a controlar por medio de bolas de sal impregnadas con ajo los gusanos que invadían su nariz ocasionando la muerte de muchos de ellos.
Ahora más que nunca tendrán la oportunidad de eludir la presencia del cazador más que en ninguna otra modalidad de caza. Para poder abatirlos, el avance por el terreno tiene que hacerse pausadamente, a poder ser sólo, en silencio y procurando ir siempre contra el viento y esforzando al máximo la vista y el oído.
La agudeza de los sentidos, el mimetismo, la velocidad y conocimiento del hábitat que el corzo posee son sus mejores defensas frente al cazador que rececha. Esta práctica bien ejercida, ayuda a mejorar la vitalidad de las poblaciones de corzo, sin perder por ello la brillantez y emoción del lance.
Misterioso y huidizo su peso ronda unos 25 kilos. La cuerna los machos la pierden en otoño y les vuelve a salir en enero. No se alejan más de 1 km del punto donde ha nacido a no ser que sea perseguido por los perros. Defiende su territorio con tenacidad, llevándose consigo a sus pequeños durante su primer año de vida.
Desarrolla su actividad al amanecer y al atardecer permaneciendo acostado en las horas de más calor. En la época de celo los machos lanzan su brama “para llamar a las hembras” es entonces cuando la hembra es objeto de requerimiento. Las crías las guardan bien camufladas en el bosque y alejadas de su madre para que estas no trasmitan su olor y pasen los pequeños desapercibidos de los depredadores, normalmente, zorros y lobos.