Lentamente y sufriendo lo indecible se mueren los corzos a consecuencia de las larvas que se les meten en la nariz y laringe. Y como no podía ser de otra forma los cazadores lo sienten y se ven impotentes para solucionar esta desgracia que está sufriendo este precioso animal que es la alegría y el misterio del bosque. Cierto es que algunos lo superan con muchísima dificultad este cruento proceso quedándose al final prácticamente en los huesos, débiles a más no poder y sin posibilidad de desplazarse del lugar. Todo este calvario comienza cuando un tábano deposita los huevos dentro de la nariz y laringe del corzo, estos eclosionan y se convierten en larvas de 2 centímetros de longitud, que con el tiempo nuevamente se convierten en tábanos que abandonan al corzo si es que no ha muerto. ¿Qué se puede hacer se preguntarán? Nada, simplemente al que no tiene solución quitarle la vida para que no sufra. Es duro pero no hay otro remedio. Noviembre es un mes eminentemente sordero, aunque de momento han entrado con cuenta gotas. La becada es una emigrante muy especial, que no tiene nada en común con las demás emigrantes típicas que efectúan sus desplazamientos en fechas fijas e independientes de las condiciones climáticas. Su salida de los lugares de nidificación, sus paradas en las regiones de paso y su llegada a la de invernada, dependen de las condiciones del tiempo en las zonas respectivas. Las dificultades que encuentran al volar contra viento acarrea siempre notables desviaciones de la dirección adquirida en el momento de iniciar la migración. Algunas veces se efectúa sobre itinerarios no preestablecidos sino sobre un amplio frente, con una enorme diseminación en forma de abanico que impide la superpoblación en las zonas de invernada. De la misma forma que algunas becadas de una determinada región donde nidifican intenta –si el tiempo lo permite- reducir sus desplazamientos al mínimo y detenerse a lo largo de la vía migradoras donde el alimento las ofrezca la esperanza de pasar el invierno. Todo cuanto rodea a este enigmático pájaro suscita al becadero una atracción especial. Una simple captura –siempre difícil- después de una electrizante puesta en la soledad del bosque supone haber cumplido con las exigencias de un cazador que se viste por los pies, selectivo y conservacionista donde los haya.