El
silvestrismo -la
captura con redes de
pájaros
cantores- es una
modalidad de caza
sin muerte
desconocida para
muchas personas. Se
trata, como digo, de
capturarlos vivos en
número
reducido y reglado
para que compitan
cantando en los
pueblos y deleiten
con su trinos a los
amantes de los
fringílidos.
Bien, pues a
pesar de esa
idílica y
sensible actividad,
están
teniendo problemas
los silvestristas
porque las cabezas
pensantes de
nuestros
políticos
comunitarios han
llegado a la
conclusión de
que hay que reducir
los cupos y conseguir
que críen en
cautividad. Así
como suena.
¿No saben
estos señores
que es muy
difícil que un
pajarito nacido en el
campo críe en
cautividad?
En cuanto a
reducir los cupos,
¿no
sería mejor
que cogiesen el toro
por los cuernos y
abordar el verdadero
problema de sus
supuesta
regresión?
Miren, el más
torpe de los amantes
de los pájaros
sabe que la urraca o
marica, llamada
también pega
o picaraza es el azote
de los nidos de
nuestros bosques y
jardines. Esta ave
blanca y negra, de
larga cola
tornasolada, gallarda
cuando anda como
cuando salta entre
ramas, no tiene
piedad y se dedica
con ansia loca a
saquear los nidos de
los pajaritos y de
cuantas polladas
encuentre por el
camino.
Y como es
lógico arrasa
también con
los ruiseñores
–protegidos-
cuando están
ovificando en
primavera.
¡Cuantas veces
de madrugada o al
anochecer me he
detenido a escuchar
extasiado su potente
y apasionado canto
de una ternura infinita
que sostiene in
crescendo durante
largo rato. Incluso en
los jardines de
pueblos y ciudades se
puede oír su
voz sin igual mientras
el mundo alado
permanece dormido y
en silencio.
Una
maravilla, una
verdadera joya
biológica de la
naturaleza. Incluso el
gran Beethoven en su
célebre
sinfonía
pastoral no
desdeño
intercalar el canto
glorioso del
ruiseñor. Dios
ha querido que solo
cante de noche en la
época de sus
amores; y como no
se reproduce en jaula
por muy grande y
dorada que sea,
tenemos la
obligación
todos aquellos que
queremos gozar de
sus arpegios
inefables, regular a
ese pájaro de
mal agüero
llamado picaraza.
Esta ave y algunos
pesticidas y fungicidas
son los verdaderos
responsables de su
regresión.
Créanme que
un ave cantora en
manos de un
silvestrista es poco
menos que un
segundo hijo, un
compromiso de por
vida.