En breve, a primeros de mayo, el gallo del monte, el urogallo entrará en celo.
Especie protegida desde hace muchos años, sus poblaciones están en clara regresión a pesar de los esfuerzos que tanto Artemisan como las federaciones territoriales de caza están haciendo para recuperar sus poblaciones, nada fácil por cierto.
Estamos hablando de la más bella tetraonida europea, la gallinácea más grande de los montes cantábricos y pirenaicos y es que al ovificar en el suelo raposas y jabalíes rápido acaban con las puestas.
Se sitúan preferentemente en los montes cantábricos y pirenaicos a partir de los 1.500 metros, en zonas de hayas y abetos. Durante el celo pierden su instinto de conservación, ubicándose en los llamados “cantaderos”, el único lugar donde el acercamiento es posible a dos luces y mientras dura su canto.
No caben prisas, cada paso debe ser previamente medido, si no se puede desbaratar en un instante ese momento mágico preñado de misterio.
Con los primeros rayos solares dejará de cantar. Momento sublime para detectar la poderosa silueta de un ave de 5 kg en la rama de un haya, con las alas bajas, la cola abierta y el cuello hinchado por el clamor del celo.
En uno de los valles mas hermosos de España, Benasque, se encuentra posiblemente la mayor población de urogallos, con casi la mitad de los picos de más de 3000 metros.
Se preocupan poco de los rigores del invierno, ya que gracias a unos avitamientos corneos que presenta en los dedos de las patas, puede sostenerse muy bien sobre el suelo nevado.
Pero su gran problema de ovificación y cría sigue por desgracia latente. ¿Qué se puede hacer?. Buscar el apoyo de las distintas administraciones para regular jabalíes y raposas. Lo demás, pan para hoy y hambre para mañana.