Mucho se ha escrito sobre el zorro, pero así y todo este personaje de fábula no deja de ser protagonista en las charlas entre cazadores por su astucia, viveza y audacia. Poseedor de un insaciable afán por matar no respeta víctima propiciatoria que se le presente de su extenso repertorio que va desde el monótono grillo, pasando por el huidizo ratón, el rápido conejo, la brava perdiz, la ingenua liebre, el inocente cordero, la suculenta gallina, el arisco gato, a las crías del corzo, ciervo o jabalí, si no están junto a sus progenitores. Caza de día y de noche, en verano y en invierno, aunque prefiere la oscuridad. No le hace ascos a animal alguno, las gallinas son sus preferidas y cuando entra en un gallinero lo convierte en un cementerio. No deja títere con cabeza aunque solo se lleve una, algo así como su primo lejano el lobo. El caso es que cuando llega el aldeano al gallinero no es capaz de apreciar por donde se produjo el asalto. Si se ve apretado se hace el muerto y en el momento que el aldeano le coge lo muerde y escapa como alma en pena. Los gatos también son del agrado de su paladar. Los persigue con saña y en el momento que se suben a un árbol empieza a dar vueltas a su alrededor hasta que mareado termina cayéndose y apresado por el raposo. Un animal como digo astuto y tenaz que supone para los cazadores uno de sus mayores enemigos por las muertes que genera especialmente entre las perdices. Cierto es que este avispado animal con aires señoriales tiene una misión específica – como todos los predadores- en la Naturaleza regulando las poblaciones de los distintos animales, pero en el momento que superan 1 ó 2 ejemplares por 400 hectáreas el equilibrio ecológico se trastoca y los daños a las perdices en este caso suelen ser irreparables. Así que amigo cazador de vez en cuando conviene dejar a un lado a las perdices y meterle mano a los raposos. Ya se que no suscita interés cinegético alguno, pero… es lo que hay.